De la vida, de lo efímero

“Cuando mi hija era pequeña le decía que la sonrisa es una llave que abre todas las puertas: las del corazón, las de la alegría, la satisfacción, la empatía, el agradecimiento”.
domingo, 1 de mayo de 2016 · 00:00
Por Liz Durand Goytia

De vez en cuando los acontecimientos la ponen a una a pensar en esos momentos en los que la vida y la muerte se confrontan y lo único que se puede hacer es, literalmente, apechugar.
La otra tarde, mientras mi hija se bajaba del auto llevando en brazos a una pequeña perrita en condiciones tan dolorosas que la mejor opción era llevarla a dormir, vi pasar  por la otra acera de la calle una camioneta cuyo conductor llevaba en las piernas a un perrito feliz que asomaba su cabeza por la ventana, disfrutando que el viento convirtiera por un instante en alas sus orejas peludas. 
¡Qué diferencia! pensé, y medité acerca de qué será lo que provoca esas distintas configuraciones del destino de una criatura. La perrita que llevaba mi hija, recogida de las calles, era de muy corta edad, como su desvalida talla, y así de rápido había probado el hambre, el frío y el dolor sin cesar. Es decir, el desamparo a la vista de todos.
¿Qué hace la diferencia? ¿el destino? Bueno, no siempre ni en todos los casos, me parece. Nosotros los humanos también somos criaturas, y a pesar de la tan cacareada superioridad del hombre por sobre las demás especies, también le suceden esas cosas a las criaturas humanas, a la vista de todos.
Entonces, me pregunto: ¿qué hay que hacer? ¿echar culpas? ¿sentirse víctimas? ¿mirar hacia otro lado?. No conozco las respuestas. Lo único que sé es lo puedo hacer en lo personal, y además, invitar a los demás a poner un granito de arena. 
No, nada que cambie drásticamente la situación del mundo, no se angustien. Sólo la parte que haga que estar en este planeta valga un poco más la pena, la conciencia de saber que algo hice, que no pasé de lado. 
Creo que todos podemos: escuchar un rato a alguien aunque nos enfade un poco; involucrarnos para dar alguna ayuda a alguien; sonreír siempre a todos, tener cortesía. ¿Creen que es poco? Consideren cómo se sienten cuando alguien sin conocerlos los saluda o sonríe. Recuerden qué sintieron y pensaron cuando en algún momento desesperado les llegó una mano con ayuda. ¿verdad que no es poquito?
¡Pues hagámoslo! No es más que un modo de hacer cosas. Cuando mi hija era pequeña le decía que la sonrisa es una llave que abre todas las puertas: las del corazón, las de la alegría, la satisfacción, la empatía, el agradecimiento. Intento cada día, en cuanto despierto, sonreír. ¡Estoy viva! me digo, y sonrío. ¿Y si todos nos diéramos cuenta y tuviéramos sonrisas a todas horas para repartir a diestra y siniestra? Seríamos más serenos y en una de ésas, tendríamos más conciencia del sufrimiento ajeno y haríamos lo que estuviera de nuestra parte para mitigarlo y a lo mejor hasta dejaríamos de ver perritos abandonados en las calles, o niños abandonados, por mencionar algo. 
A lo mejor parece bobo o inútil, pero pueden ponerlo a prueba para decidir. Lo que sí es importante es sonreír de verdad, con esa sonrisa provocada por una cosquilla en el corazón. Cuando lo prueben, es muy probable que empiecen a coleccionar tesoros que no conocían. Así me pasa, lo cual naturalmente, es sobrado motivo para sonreír.

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