Arte, ciencia y garnachas: análisis posmodernista de la torta de tamal

¿Manifiesto cultural o desfachatez culinaria?
domingo, 8 de mayo de 2016 · 00:00
Por Uriel Luviano 

Les propongo el siguiente experimento mental. Imagínense una mañana cualquiera, de un día laboral cualquiera de una esquina cualquiera de la Ciudad de México. Les apostaría, sin mucho miedo de perder, que el invariante entre todas las imágenes que se formaron en la cabeza de mis queridos lectores (salvo, tal vez, aquéllos que no han estado en la capital) es una mesa con mantel a cuadros en la que yace una bolsa de bolillos junto a una olla tamalera.
Para todos quienes no hayan pasado por la experiencia, dichosa o desagradable, de comerse una torta de tamal (guajolota, para los iniciados) es prudente hacer una breve descripción. Una torta de tamal es una torta con un tamal adentro. Si la tautología anterior los dejó insatisfechos, puedo agregar que, literalmente, se trata de un bolillo partido longitudinalmente con un tamal (previamente despojado de la hoja que lo protege) adentro.
Parte integral del desayuno de todo chilango arquetípico que se respete, la guajolota suscita reacciones harto diversas entre los seres humanos. Desde un éxtasis cercano al paroxismo, hasta un asco prácticamente irracional. Como considero que me encuentro en un punto medio bastante cómodo, creo que es mi deber hacer una descripción metafísica y filosófica de esta engendro culinario, esperando ser tan imparcial como pueda.
En mi opinión, la torta de tamal nace de una necesidad práctica, más que de la inspiración gastronómica. Véanlo así: el tamal es una comida llenadora y sabrosa; sin embargo, el capitalino promedio rara vez tiene el tiempo necesario para detenerse y comerse uno, pues implica sostener un plato con una mano y un tenedor con la otra, además de pelar el tamal y partirlo en tan precarias condiciones. Al darle un sustrato tan cómodo como un pan bolillo, uno resuelve todos estos inconvenientes, y el tamal se vuelve una comida práctica de comer mientras uno camina o se mueve en transporte público.
Uno de los argumentos más usados de los detractores de este invento es ¿Torta de tamal? ¿Qué sigue? ¿Burrito de taco? ¿Empanada de tortillas?
 
"En mi opinión, la torta de tamal nace de una necesidad práctica, más que de la inspiración gastronómica”.


Identidad gastronómica 
Apelando a la aparente redundancia culinaria de la guajolota. No tengo ninguna manera de responder a dichas observaciones, salvo decir que la redundancia no es intrínsecamente mala. Yo creo que si sabe rico, uno no tiene que preguntarse mucho de qué se trata ni cómo se hace.
Lo que sí quiero resaltar es algo más profundo, algo que tiene que ver con nuestras raíces culturales y el proceso de conquista. El tamal se hace de maíz, es bastante mexicano (sí, hay tamales en casi toda Latinoamérica, pero los mexicanos lo consideramos una comida muy patriótica) y su proceso de cocción es una especie de metáfora del ciclo de vida del grano mexicano. 
Por su parte, el bolillo se hace con trigo, un cultivo que vino de Europa, por lo que el pan no se conocía en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles. Es por eso que creo que la torta de tamal, además de ser eterna fuente de controversia y una comida muy interesante, es un ejemplo increíblemente claro del sincretismo gastronómico, proceso cultural que rige prácticamente toda nuestra gastronomía.
Así que la próxima vez que desdeñen a este invento y a quienes lo degluten gustosos, recuerden que hay mucho más detrás de la torta de tamal que un simple bolillo con un tamal adentro. No queriendo, en la guajolota hay dos culturas y una sola identidad: La nuestra.



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