Cuento

“Los nudillos me ardían”

domingo, 31 de julio de 2016 · 00:00
Por Luis Damián
No alcancé a ver cuándo lanzó su mordida contra mi pierna. El dolor comenzó a punzar. Sus colmillos se amarraron a mi carne y por más que me movía para tratar de quitarlo no se zafó. Pesaba mucho. Grité y nadie me ayudó. Soltó mi pierna y me embistió al suelo. Empecé a gritar por la desesperación. Intentaba rezar pero no podía construir ni una frase en mi mente. Me encomendé a Dios. Cuando abrí los ojos, me había transformado en un perro. No era de raza ni muy grande, pero de esa manera pude zafarme de los colmillos de esa bestia. Furiosos, soltamos las mordidas. Empecé a sangrar. Intentamos matarnos uno al otro. La gente que estaba cerca no encontraba cómo separarnos y tenían miedo de salir heridos. De repente aferré mi hocico a su yugular. Lo empujé contra el suelo hasta que aulló patéticamente.
Olfateaba su temor. Eso me alegraba. A poco de que el perro dejara de dar su último respiro, cerré los ojos pero al abrirlos, ambos nos habíamos convertido en humanos y estábamos en un oscuro bar parados uno frente al otro. Los nudillos me ardían. Volteé a verlos y noté la sangre. Tenía un dolor insoportable en la quijada. El sujeto quebró una botella y se me lanzó para atacarme con ella, pero lo detuve con una patada en el estómago. Sin embargo, logró encajarme la botella en la pierna. Me doblé del dolor. Por mi parte, le había sacado el aire. Un montón de borrachos silbaban mientras una canción de banda norteña era expulsada de una rockola. Seguimos golpeándonos, con puñetazos disparejos, ebrios pero dirigidos a tumbar al otro. La sangre comenzó a pintarse por todas partes. El calor del movimiento y el apestoso olor de los orines se mezclaba con la sed de muerte que danzaba en el lugar. Comenzaron a escucharse patrullas. Pero el hombre y yo seguimos martillándonos con los puños. Mi dolor se acomodó en un segundo plano cuando me dejé llevar por mis instintos. No me importaba si moría ahí. No conocía a nadie. Sólo quería pelear. Un éxtasis que nunca había experimentado se revolcaba en mis entrañas. Ambos sabíamos que si los policías llegaban y nos encontraban en esas condiciones nos iban a detener. Estábamos demasiado jodidos para escapar. El sujeto me escupió una mirada de complicidad y con mi boca que había perdido tres dientes le sonreí en su respuesta. Cuando los policías municipales del grupo de reacción inmediata entraron por nosotros, sólo encontraron  un montón de borrachos gritando en un ambiente de trifulca, gotas de sangre en la barra y en algunas mesas, pero nunca pusieron atención a los dos perros que escaparon por la puerta principal.
 
Estudiante de Sociología y poeta. 

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