El Sistema Solar se amplía (Primera parte)

domingo, 28 de agosto de 2016 · 00:00
Por Marco Moreno Corral

Desde  la más remota antigüedad, los seres humanos vieron cinco objetos del firmamento que se desplazaban respecto de las estrellas. Por esa característica los griegos los llamaron planetas, que en su lengua significa "errantes”. También los incorporaron en sus mitos y los deificaron. Posteriormente los romanos los adoptaron modificando sus nombres pero no sus atributos; Saturno padre de los dioses, Júpiter rey de ellos, Marte dios de la guerra, Venus diosa de la belleza y Mercurio mensajero de los dioses.

Después de milenios, el hombre descubrió el telescopio y con ello amplió enormemente su capacidad de ver. Al usarlo en 1610 para observar la bóveda celeste, Galileo hizo descubrimientos notables; uno fue hallar que alrededor de Júpiter se desplazaban de manera regular cuatro objetos no visibles a simple vista. Su estudio mostró que giraban en torno a ese planeta en órbitas cerradas. Gran descubrimiento, pues Galileo encontró que en la naturaleza existían realmente sistemas como el que Copérnico había publicado en 1543 para explicar la verdadera estructura del Sistema Solar. Esos objetos son los cuatro satélites mayores de Júpiter, que recibieron los nombres de Io, Europa, Ganímedes y Calisto, todos provenientes de la mitología greco-latina.

En 1656 Christiaan Huygens descubrió el satélite más grande de Saturno; Titán. Muchos más se fueron encontrando y en la actualidad se ha establecido que este planeta tiene al menos sesenta y dos satélites. Aquel astrónomo fue también el primero que vio con detalle los anillos que rodean a este planeta, los cuales fueron descubiertos por Galileo, pero que con su primitivo telescopio no pudo distinguirlos con claridad.

El primer planeta no conocido por los antiguos, fue descubierto gracias a los telescopios por William Herschel en marzo de 1781. Recibió el nombre de Urano en honor del dios griego Cronos, que según el mito, fue padre de Saturno y abuelo de Júpiter. De esta manera se consolidó una tradición que los astrónomos han conservado; poner nombres mitológicos a los astros que se han ido descubriendo.

En la noche del primer día del siglo XIX (1 de enero de 1801) el astrónomo Giuseppe Piazzi descubrió un astro que se movía dentro de nuestro sistema planetario, que fue llamado Ceres en honor de la diosa romana de la agricultura. 

Un año después, Heinrich Olbers encontró uno más que recibió el nombre de Palas para honrar a la diosa griega de la sabiduría Palas Atenea. En septiembre de 1804, Karl Ludwing Harding descubrió otro que fue nombrado Juno y tres años después, Olbers encontró el que fue denominado Vesta. Todos ellos compartían las características de girar en torno al Sol en órbitas elípticas, así como tener masas pequeñas comparadas con la que tienen los planetas. Los descubrimientos en esa extensa región del firmamento siguieron y para 1891, ya se conocían 323 de esos astros, que fueron denominados asteroides, que en griego significa "con figura estelar”. En la actualidad se conocen más de setecientos mil, todos orbitando al Sol en el mismo plano que los planetas, en una región bien definida comprendida entre Marte y Júpiter, que se conoce como la del Cinturón de Asteroides. Solamente los de mayores dimensiones tienen forma esférica, el grueso son irregulares, con tamaños de unos centenares de metros.

Desde que fue descubierto Urano, los astrónomos se dieron cuenta que la órbita que seguía presentaba irregularidades, que trataron de explicar por la presencia de otro planeta no conocido, que con su acción gravitatoria la afectaba. 

En 1846 de forma completamente independiente, Urbain Jean Joseph Le Verrier y John Couch Adams, determinaron mediante complicados cálculos, que en una posición precisa del cielo debería existir un astro hasta entonces no observado, que sería el responsable de las perturbaciones de la órbita de Urano. 

El 23 de septiembre de aquel año, esas predicciones fueron comprobadas mediante observaciones directas a través del telescopio, cuando Johann Gottfried Galle encontró en la posición que indicaba el cálculo, un astro hasta entonces no identificado. Después de la confirmación de ese hallazgo por otros astrónomos y del estudio de la órbita que seguía, recibió el nombre de Neptuno; una vez más se siguió la tradición, pues ese fue el nombre de la principal deidad marina de los romanos.

Astrofísico e investigador del Instituto de Astronomía, campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
mam@astrosen.unam.mx

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