Marcelo y el café negro

domingo, 7 de agosto de 2016 · 00:00
Por Daniel Arellano Gutiérrez 

A Marcelo le gustaba beber siempre el café negro y bien caliente. En sus labios se asomaba una sonrisa honesta cada vez que encontraba su rostro reflejado en la superficie amarga del café humeante. Era uno de esos pequeños placeres personales, un secreto mínimo que se guardaba para sí mismo (y su reflejo).

Junto con su primera taza de café del día, Marcelo siempre pedía tres bolsitas de splenda. Claro que el contenido de los sobres nunca terminaba en su bebida, sino que iniciaba con ellas su juego cafetero favorito: revolver sueños, recuerdos, cuentos, deseos y futuras posibilidades. 

El primer paso de su invención lúdica era verter todo el contenido de la primera bolsa de endulzante sobre la mesa. La costumbre mandaba que fuera ese momento cuando la mayoría de los meseros se mostraban, sino indignados, algo estupefactos.

Una vez con la primera porción de sucralosa extendida frente a él, Marcelo comenzaba a separar todos los granos de la primera bolsa en dos columnas: a los de la izquierda los etiquetaba con sus sueños, a los de la derecha, con sus recuerdos. Cada grano particular se convertía entonces en un sueño, o un recuerdo. El primer reto del juego era lograr separar el mayor número de sueños y recuerdos sin perder la noción de cada uno de ellos.

Cuando Marcelo lograba superar la primera etapa de su recreación cafetera, la segunda bolsa de splenda entraba en acción. Vertiendo el contenido del nuevo grupo de imitación de azúcar al lado de las columnas de sueños y recuerdos, la separación de la segunda bolsa atravesaba el mismo proceso que la primera, sólo que esta vez separaba a las dos columnas bajo la asignación de cuentos y deseos; todo ello sin olvidar los sueños y recuerdos de las dos primeras columnas.

Al finalizar la separación de las columnas de cuentos y deseos, Marcelo juntaba y mezclaba los cuatro montones que hasta el momento llevaba nombrados hasta no poder distinguir ninguno del otro. Inmediatamente después, abría la tercer bolsita de endulzante y dejaba caer su contenido justo al lado del gran montón de sueños, recuerdos, cuentos y deseos, ahora mezclados en un solo conjunto. Con la paciencia de la primavera a su favor, Marcelo procedía a asignarle a cada una de las nuevas partículas de splenda una futura posibilidad.

Finalmente, cuando ya tenía bien determinado el significado de todos los granos en el  último montón (el de las futuras posibilidades), lo mezclaba con el contenido de las otras dos bolsas hasta asegurarse que fuera imposible reconocer si un grano era un sueño, un recuerdo, un cuento, un deseo, o una futura posibilidad. 

Entonces, sintiéndose orgulloso de sus capacidades para jugar con el significado (y el contenido) de su memoria (y de sus gustos), Marcelo le pedía al mesero un segundo café negro y humeante, donde echaba con cuidado todo el endulzante sobre la mesa. Después, tras bebérselo completo de un solo trago, pedía con alegría la cuenta y se marchaba del local, satisfecho de haber obtenido una vez más nuevos recuerdos, sueños, cuentos, deseos, y futuras posibilidades, todo a un precio no mayor a treinta pesos.
 
Comunicólogo y fotógrafo. 

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