Algunos apuntes sobre “Compañeros Todos” Primera de dos partes

domingo, 29 de enero de 2017 · 00:00
Por Benjamín Pacheco 

Al libro "Compañeros Todos”, del escritor y poeta Adán Echeverría deberían ponerle un letrero en la portada. Algo sencillo pero sutil: "Te removerá las entrañas”.

El comentario no es para menos, pues el conjunto de cuentos editado por Ficticia (julio del 2015) exige lectores dispuestos a introducirse en un mundo duro, habitado por personajes inmersos en situaciones complejas, sórdidas en ocasiones, pero que a la vez reflejan el territorio oscuro que también forma parte de la condición humana.

No es gente que a uno le gustaría tener por amistades, necesariamente, pero una cosa es cierta: sus desventuras no dejarán indiferente al lector, quien se paseará, a veces admirado, a veces horrorizado, en esta galería de renglones torcidos de Dios, con el perdón del maestro Torcuato Luca de Tena.

"Compañeros Todos” está compuesto por dos secciones: "Feménite” y "Ciudadanizarse”. En sus 157 páginas es un libro engañoso, parece que lo recorrerémos con facilidad, pero no. Nada más alejado de la verdad: nos detendremos en varias ocasiones, volveremos los párrafos y quizás diremos "¿Si leí lo que leí?”, en el sentido de que el estilo de Echeverría tiene la cualidad de hacernos chocar con un muro de imágenes que pueden ser muy desoladoras. Ahí radica parte del encanto de "Compañeros Todos”: un viaje, sin advertencias, por sendas llenas de espinas. 

Vivir situaciones límite 
La primera parte del libro refiere personajes principalmente femeninos, presentados en narraciones cortas en las que la voz principal recae en ellas. 

En el caso de la segunda, refleja más la relación de parejas o grupos, con atmósferas de activismo y represión gubernamental. Aquí están las lecturas de largo aliento, que incluyen escaladas de eventos bastante desafortunados. 

En ambas secciones hay sexo, bastante sexo, y -como han señalado otros reseñistas- bastante inconformidad (Revista de lo breve).

Como lector, tiendo a fijarme mucho en el manejo de los diferentes tipos de narradores. Llama la atención la forma en que Adán Echeverría intercala lo que dicen, piensan y hacen sus personajes, pues obligan a estar atento, a diferenciar recuerdos y acciones que se mezclan constantemente. En ocasiones recuerda el paso agitado de la corriente de un río, en otras una voz dominante que dirige el transcurso de los acontecimientos.

Ahora ¿en qué coinciden todos estos personajes? En situaciones límite que pueden llevar al lector a reflexionar sobre las fronteras de la ideología, el placer, la cordura mental, la masculinidad, la suerte -si es que existe algo así-, la fidelidad, el amor tóxico y el desamor desgastante, además de la resistencia del cuerpo. 

Los momentos cumbres 
Aquí no hay escenarios esperanzadores ni redentores: sólo hombres y mujeres enfrentándose, enfrentando a los otros, lo mismo el mazo de la autoridad que al mazo con el que gustan de darse caricias. 

Destaca que no sabemos cuál será el desenlace de los personajes, pues pareciera que sólo nos asomamos -a manera de cámara cinematográfica- a los momentos cumbres, más bien momentos abismales, porque recorremos con ellos el margen al que han llevado sus vidas. El recurso de final abierto tiene el efecto de que volvemos al inicio del cuento, a tratar de entender como es que llegamos a esos embrollos, atar cabos, reconocer alianzas, dar con las malas decisiones, recorrer nuevamente las frases hirientes, apreciar las decisiones largamente planeadas y las otras tomadas al vuelo. 

De esta manera tenemos a la esposa golpeada y adúltera ¿sobrevivirá a un último encuentro con su marido? No lo sabemos. La embarazada envuelta en drogas, cuyo resultado es una niña con malformación. ¿Terminará de renunciar a aquella vida por la que desafió a su madre? Lo dudamos. Le siguen otra madre y la terrible relación con su hija, a quien vende desde niña. Lo anterior son tan sólo algunos ejemplos que se van presentando al lector.

Periodista con más de una década de trayectoria.

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