Cuento

Todos unidos

domingo, 1 de octubre de 2017 · 00:00

Por Mike SuLe*


Un simulacro recordando el sismo de 1985 se hizo presente en la ciudad, un minuto fue lo que tardaron en bajar los empleados de la empresa en donde trabajaba Luis. Eran pocos, no más de 30 en un edificio de tres plantas en la Roma. Las charlas y risas se fueron al regresar a sus cubículos para continuar con sus labores. Así pasaron dos horas, cada uno enfocado en sus tareas armonizados con los sonidos típicos de una oficina: murmullos, el destapar de un refresco, la fotocopiadora encarrerada, lo normal de un martes con sabor a fiestas patrias y la sorpresa con la que hace 32 años la naturaleza ya había aterrorizado a esta ciudad.


El terremoto le ganó a la alarma sísmica que se escuchó algunos segundos antes de que pudieran ponerse en pie, las lámparas y ventanas empezaron a sacudirse, los muebles comenzaron a tambalear, la gente que horas antes había hecho correctamente el simulacro, ahora los atacaba el pánico. Unos corrían, pero el movimiento del piso los tumbaba, a pesar de eso lograron salir. Luis y nueve más que se encontraban en el último piso, sólo bajaron un nivel ya que el techo se desplomó al ritmo de sus pasos, colapsando el edificio unos segundos después. Polvo, muebles destruidos, oscuridad y un dolor interminable en las piernas de Luis era lo único que había a su alrededor, gritaba, pero no era escuchado, no podía moverse ya que un pedazo considerable de loza le había caído en sus piernas, no tenía la fuerza suficiente para quitarla, estaba aturdido y asustado. Estiró su brazo para intentar descubrir que había cerca de él, encontrando con sus dedos un brazo que lo condujo a un pecho sin latir, movió su mano horrorizado, las lágrimas frenéticas no dudaron en salir acompañadas de un grito de auxilio que se iba dispersando entre cada hueco que dejaban los escombros, perdiéndose como la luz que no sabía por donde entrar.


Los militares y rescatistas acudieron al lugar, a ellos se les unieron paramédicos, así como voluntarios, desde vecinos de la zona, estudiantes, hasta gente de otras colonias que querían cooperar, moviendo piedras, llevando vivieres, en fin, en un parpadear ya había más de mil personas ayudando como orando para salvar a esos diez que yacían dentro del cascajo.  Eran interminables los pedazos de piedras, pero la gente hacía cadenas humanas, limpiando la zona al paso de las horas que se fueron llevando al Sol, para que luciera el cielo desangrado con ese rojo intenso que otorga un atardecer, pero esta vez era el reflejo de todas las pérdidas humanas.


Antes que el cielo oscureciera, sacaron a una mujer. Los aplausos no se hicieron esperar y en una camilla escoltada por seis hombres, ella dejó todo el terror atrás. Después de unos minutos, los rescatistas levantaron su brazo con la mano empuñada, señal de que guardaran silencio para escuchar si alguien más respondía entre el cascajo. Una voz quebradiza se escuchó enterrada, los rescatistas usaron linternas para ver en ese paso que se abrían recuperando a otra mujer y luego a dos más. Sin embargo, la madrugada entregó noticias amargas, tres cuerpos sin vida fueron hallados, el nudo en la gargata en los presentes lastimaba como alambre de púas queriendo cortar, para que se rindieran a pesar todas esas horas de esfuerzo, pero el mexicano es fuerte y en momentos así cuando el país se derrumba a pedazos nos apoyamos sin importar nada, sólo México, ahogando esa sensación de querer rendirse, para luchar contra el extraño enemigo, siendo esos soldados que el himno nos hace recordar, saciándonos de fuerza para mover al país que llevaba horas sufriendo y por cada persona salvada, México se iba reconstruyendo. 


Con el Sol radiante en esa mañana de miércoles otro hombre fue encontrado, los aplausos regresaron al igual que las sonrisas y a pesar de las veintitantas horas que habían pasado las ganas seguían por lo que escarbaban, levantando pedazos de loza para encontrar esperanza de vida. Luis escuchaba el murmullo a través del escombro, pero estaba débil para decir una palabra. De repente un largo silencio, en medio de él, un grito de un rescatista que impulsó a Luis a coger una piedra, golpeándola contra otro objeto provocando un tenue ruido que llegó a los oídos de su salvador, quien salió del agujero y con sonrisa en rostro levantó las dos manos, señal de que había vida. Rápidamente volvió a bajar, preguntándole a Luis si estaba bien. Éste nuevamente golpeó con la piedra, el hombre le dijo que no lo hiciera por las vibraciones, sin embargo, Luis entró en una desesperación por pensar que no lo iban a encontrar, por lo que golpeó con la última fuerza que tenía, dejando el llanto agonizando en sus ojos. Este último golpeteo provocó lo que el socorrista le advirtió, piedras y polvo cayeron sobre Luis, apagando la poca luz que ya había entrado, igual que la tarde fue apagando sus luces, sin importarle eso a la gente, teniendo la esperanza en la mirada y ecos de la misma que un perro de rescate brindaba al buscar a Luis, lamiéndole la mano bañada en polvo, la cual respondió moviendo los dedos. No sé si el can lo vio o sólo sintió el calor de su cuerpo, pero en ese instante pegó un ladrido, devolviéndole la fuerza al pueblo. Y la luna vestida de estrellas fue testigo de la unión de toda una nación, representada en unos cuantos hombres que no descansaron hasta en encontrar a Luis, quien, al salir en camilla, no vio los derrumbes, ni la tristeza que acongojaba al país, simplemente vio la solidaridad de un pueblo y con ojos quebradizos entre dientes les dijo gracias, agradecimiento que pocos escucharon, pero todo México sintió.


*Escritor.
Facebook: Mike SuLe
Blog: mike.sule.blogspot.mx

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