Cuento

El perro de Don Rodrigo

domingo, 12 de noviembre de 2017 · 00:01

Cuento de Calila e Dimna (s. XII, España)

Érase una vez un conde, Don Rodrigo, que salió a pasear por sus dominios acompañado de sus caballeros y sirvientes. Antes de salir le dijo a su perro (¡porque él le hablaba a su perro!):

—Valiente, voy a inspeccionar mis territorios. Quédate en el castillo y haz lo que te mando: mi hijo Arnulfo está durmiendo en su cuna; vigílalo bien, que no le suceda nada malo. Dentro de un rato estaré de vuelta.

Le pasó la mano por el lomo blanco salpicado de marrón. El conde Don Rodrigo quería mucho a Valiente; hacía ya muchos años que lo tenía en casa; era un mastín fiel y obediente. Nada más que el conde salió del castillo con todo su séquito de nobles y criados, un lobo hambriento, de pelaje plateado y garganta negra, encontró abierta una puerta del castillo y entró en él a hurtadillas. Olió a carne tierna, le llamó la atención, y subió escaleras arriba hasta llegar a la habitación donde dormía el pequeño Arnulfo. Sólo asomar el morro puntiagudo por la puerta de la cámara vio a Valiente, que había levantado las orejas y le enseñaba los colmillos afilados como diciéndole:

—Lobo, por aquí no pasarás; defenderé al hijito de mi amo y lo haré a dentelladas. ¡Más te vale huir!

El lobo se detuvo un instante, luego bajó la cabeza y calculó distancias, mostró los dientes terribles y los ojos le relampaguearon. Se lanzó contra Valiente, que le cerraba el paso. Y comenzó una lucha horrible entre el lobo y el perro. Iban enzarzados en la lucha, y tan a lo suyo que la cuna del infante Arnulfo dio un vuelco y las sábanas quedaron manchadas con la sangre de los dos animales. La pelea fue tan cruel, que Valiente hirió de muerte al lobo, y él se tumbó malherido al lado de la cuna.

Regresó el conde Don Rodrigo, muy satisfecho del paseo y subió a ver a su hijo. ¡Qué espanto cuando vio la cuna volcada y las ropas enrojecidas de sangre!; ¡buscó a su hijo y no estaba! A quien halló fue a Valiente con sangre en el hocico y por todo el cuerpo, acostado al lado de la cuna. El ataque de ira que lo sacudió de pies a cabeza le hizo desenvainar la espada, empuñarla impulsivamente con rabia y hundirla en el cuerpo de Valiente, mientras rugía enloquecido:

—¡Has matado a mi hijo!

El grito despertó a Arnulfo, que dormía, medio oculto, al otro lado de la cuna; su llanto reclamó la atención del desesperado padre; se le acercó, lo levantó del suelo, lo llenó de besos, y lo empapó con lágrimas de alegría.

¿Qué había ocurrido? El conde de pronto lo comprendió todo: debía la vida de su hijo al coraje de Valiente, su gran perro fiel. Las lágrimas fueron entonces de arrepentimiento por haberse dado cuenta demasiado tarde de su impulsividad.

Proyecto Cuentos para Crecer.

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