Una carta para Héctor Miguel, a modo de elegía

domingo, 19 de noviembre de 2017 · 00:00

Por Roberto Arizmendi*

 
No estuve el día de tu nacimiento, Héctor Miguel,es cierto, porque los calendarios no fueron coincidentes,pero cuando llegué, estaba ya presente tu sonrisahaciendo coro con la algarabía de Martha y Jorge en el ambiente.
La madre fue motor y faro guíaque nos condujo a esperar la luz radiante del Soldesde la madrugada, cada día,e inaugurar el tiempo de las estaciones y el asombro.

No había lugar para el desánimo ni el tedio,todo era refulgente en el espacio cotidianohasta que el Sol menguaba para ofrecer merienda por la tardey un juego de mesa para ocultar desesperanzas.

No supe mucho de ti en tu adolescencia, reconozco,porque el esquema de edad es implacablepero alcanzaba a descubrirte por tu voz y tus andanzasen ese espacio pueblino de la pequeña ciudad adormecida.

Nunca la historia se repite; la vamos construyendocon el afán de descubrir el mundo y conquistarlo.Tantos minutos compartidos adicionaron color y esencia a nuestros díassiempre gustosamente aderezados por nuestra madre inolvidable.
Tus compañeros de escuela, los leales y eternos amigos de la vidafueron testigos de múltiples momentos de gozo inenarrabley yo veía a distancia tu tiempo de coloresmientras la vida seguía su curso indomeñable.

Y un día partiste, dejaste la ciudad, dejaste atrás el tiempo adolescente.Cada quien puede darle su nombre preciso a cada cosapero sin duda que de cada aventura hubo un episodio luminosodonde quedó impregnado el tono de tu voz vivaz y apasionada.
Con tus amigos; los amigos de siempre, los leales,construiste una historia común que es santo y seña de sus días.Con ellos supiste precisar la dimensión exacta de afectos y amistadesy pudiste brindar a tiempo y con cordura por ese espacio invaluable compartido.

¿Qué te dijo tu madre, nuestra madre, en la partida,cuando subiste al ómnibus sin nombre para irte a otros espacios,cuando sentía la pérdida innombrable del primogénito queridoque abría sus alas para afirmar la norma de la vida?

¿Quién eras tú, el hermano que partía? ¿Quiénes éramos los que quedábamos a renombrar los signos de la vida?Aquello era un juego de azar y circunstanciadonde nadie sabía lo que ganaba o sin saber perdía.
Ninguno podíamos precisar la vida, ni adivinar el porvenir, aún sin nombre.Teníamos que aprender a hacer verdad las enseñanzas,a ponerle nombre y color y número a cada minuto de la viday el sello infalible era la búsqueda ilimitada de la plenitud y ser felices.
Muchos caminos recorriste. Muchos otros también los recorrimos juntos,pero seguiste en tu eterno propósito de hacer la vida a tu maneracomo algo que se disfruta y saborea en un afán interminablede irradiar la esencia que se vive, sin límites ni tasas.

Hiciste del amor un acto irrenunciable. Llegaron los hijos y los nietos;se adicionaron a los hermanos y amigos entrañables.La familia es algo que no se diseña, pero se construye a paso firmey se torna la esencia de la vida que se comparte y transmite a cada paso.
La vida es harto impredecible. Entre tantos caminos recorridosuno va descubriendo lo esencial de la existencia.
Hiciste realidad tus sueños y Elvira llegó para construirlos juntosen medio del cotidiano asombro que nos signa.
Una vez más, brindemos por la vida.Descorchemos el vino; decantemos los caldos más preciados.Sirvamos una copa y brindemos, como siempre,por todo lo excelso de la vida, que nos fue dado o que construimos.
Levanta tu copa, hermano, invitemos a todos a seguirnos,a seguir en la vida con el mismo afán de no dejar que arribe el tedioe inaugurar, cada momento, un nuevo tiempodonde la plenitud renueve los encantos.
Con los grandes afectos, familiares, amigos y cercanoscelebremos que hayamos coincidido. Sigamos haciendo fiesta cada instante,porque fuimos y somos, porque estaremos siempre, todos, en torno a una mesamientras no dejemos que nadie quede fuera del recuerdo imborrable y la memoria.

*Poeta.
Coyoacán, 31 de octubre de 2017.

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