Algunos apuntes sobre “Compañeros Todos” Parte final

domingo, 5 de febrero de 2017 · 00:00
Por Benjamín Pacheco 

Hay que destacar que la narrativa no es seca porque -poeta al fin- Echeverría nos comparte frases bellas y reflexivas entre tanta situación terrible, que nos hace más llevadero este viaje de exploración por la naturaleza humana. 
Aquí algunos ejemplos:
"Sólo los soldados y los poetas tienen una memoria privilegiada”
"El inframundo será nuestro constante lamentarnos la distancia”
"La noche pasó silenciosa como un pequeño ángel de muerte”
"La vida necesita héroes y cobardes que puedan escribir la historia”
"No tiene sentido mentar madres si no tienes dónde caer muerto”
"Creen que pueden ir diciendo por ahí: soy escritor, soy escritor, sin pagar las consecuencias”
"Nosotros los de siempre, tan hermosos y revolucionarios”

Éstas pertenecen al último cuento, "El Octavo Día”, en el que me detendré un poco porque es una historia en la que aparece los elementos anteriormente citados: 
Llegamos a Talpa, ciudad en la que Ernesto escribe su "Informe para ciegos”, texto personal que aborda de manera obsesiva, sin casi hacerle caso a quien se le acerque. Está "ido” diríamos y sólo vive para el tecleo: tlac, tlac, tlac. Escribe sobre él, Ángela, Martha, Gordio, Mauricio, el taller literario Las Bugamvilias, la señora Zaid y un posible traidor llamado Estéfano. 
La cima del relato ocurre cuando la policía federal preventiva cierra las salidas de la ciudad para enfrentarse con manifestantes, mismos que se parapetan en el barrio, mientras el taller literario queda entre fuegos cruzados. Así comienza el periplo de los personajes, quienes llegan a resguardarse a la casa de la señora Zaid. Ella pone como única condición que –en caso de un cateo- se escondan en el techo pues no quiere a nadie dentro de la casa. La atmósfera se vuelve opresiva y tensa. Ocurre lo inevitable: Ernesto y Ángela se resguardan durante días en un tinaco. Ella enferma y él la abandona en un hospital. Se volverán a encontrar, pero lejos de la libertad, en un pasillo, torturados. Prisioneros.
Aquí unos extractos:

"Fueron varias las noches las que nos refugiamos dentro de los tinacos de los techos, Ángela pegada a mí como lamprea. Ahí fueron los abrazos, temblando por el miedo de a los disparos y el aporrear de botas de nuestra búsqueda. Yo te aporreaba el vientre sobre las nalgas. Fueron tantas noches seguidas y ellos no llegaban, pero bastó una noche, sólo una con su día colgado en el reloj para que ella enfermara. Mortales los tinacos, mortal el agua.”. (p.146)

"Ahí dentro del agua del tinaco éramos dos cuerpos arrugándonos. Todo fue la misma fuerza de las caricias; dos o tres sabrosos palos, presas del terror del momento en que levantaran la tapa o que rociaran metralla por pura diversión. Pero las incomodidades y el frío comenzaron a desquiciarnos; más de veinticuatro horas sirven para atraparse una pulmonía. Seis días remojados tuvo que ser demasiado. La lluvia siempre está presente en esos momentos neurálgicos de una historia. No puede haber narración de penas y tristezas donde el sol se mantenga a plomo, en el cenit, y nos vayamos quemando los huesos, secando, diría en este momento, y la lluvia sigue cayendo, palmo a palmo.”. (p.147)

"Tuve que decir que no, que no la conocía, tenía la boca sangrante y las manos, y el dolor en la espalda, y el dolor en la conciencia, y el dolor… ella pasó junto a mí, le vi los pies descalzos. Me mantuvieron colgado de las muñecas mientras me preguntaban si con la luna o con el sol. Nos cruzamos en el corredor. Era como otra niña de la sierra, con los pies descalzos, rotos pies huidizos. Nunca conocí a sus padres, para qué avisar. ¿A quién? La tuve, nos tuvimos, huimos, nos agarraron. Tú lo sabes mejor que yo, Mauricio. Sálvese el que pueda, jugamos cuando niños. Base para todos mis amigos, pero ya no se puede salvar nadie en esta guerra. No podrás volver. No podré esperarte. Ella pasó junto a mí. Yo iba, ella venía, los dos con la cabeza gacha, los dos con una bolsa de tela cubriéndonos el rostro, yo le vi los pies, ella tuvo que ver los míos. Amor, amor había dicho, yo guardé silencio. Seguro volvería a negarte, más de tres veces, mucho más. ¿Cuál guerra? Tienes que parar. Detente. Tendré que llevarme la máquina o las hojas en blanco, para que puedas dormir. Tranquilo. Está bien, no me llevaré nada; pero aléjate de la ventana”. (p. 144).

Escrito lo anterior, ahora la invitación es para que el lector haga su propio viaje, a que remueva sus entrañas, mientras camina por algunos de los senderos oscuros que suelen poblar otras vidas. Con suerte se quedará extrañado y, mientras se mira al espejo, susurrará: Aquí, somos Compañeros Todos.

Periodista con más de una década de trayectoria.

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