Convertida en ovillo

domingo, 5 de febrero de 2017 · 00:00
Por Liz Durand Goytia 

Cuando niña en la escuela primaria nos enseñaban a bordar. Tenían que perseguirnos o amenazarnos con la reprobación del año para que tomáramos la costura. 
Me gustaba eso de pintar con hilos, pero las puntadas me parecían demasiado complicadas porque se me hacían nudos ciegos en los hilos que no podía desbaratar y tenía que cortar y descoser, a sabiendas de que la tela se maltrataba.
En primer año hicimos un rebozo de lana con flecos, nos pusieron a sacarle los hilos a la tela, y a bordar punto atrás con un hilo metálico color oro que me gustaba mucho. El rebozo era verde y fue regalo para el Día de la Madre.
En segundo fue una servilleta a punto de festón y para tercero no me acuerdo, pero en cuarto fue una cortina con una enorme japonesa con sombrilla que aluciné por interminable.
El quinto grado iniciamos con el ganchillo, no me dio trabajo aprender a hacer cadena pero a la hora de que había que realizar una carpeta con racimos o piñas, fue horrible. 
(No se me da lo simétrico y mi madre me tuvo que ayudar).
Sexto año remató con un mantel de cuadrillé a punto de cruz, otra cosa dificilísima que me desagradó muchísimo porque había que tener por el revés todos los hilos hacia el mismo lado, sin cruzar como en el frente.

La trama de los hilos 
Ahora, mientras bordo y escucho música, también me inspiro:
Las lágrimas me borran las puntadas frágiles como el tiempo que vivimos, no sé si voy bordando un ala, un corazón o un pétalo.
En el recinto de la memoria se instaló la música de mis otras vidas, otros amores, con sus compases eternamente jóvenes como este espacio que late aún con los recuerdos -dulces o sangrantes- y me llevan hacia allá, hacia el lugar en donde estoy bordando motivos diferentes, buscando lentamente los colores, con ojos inseguros y la mirada echada hacia adelante, escuchando los rumores de una soledad tristísima, desesperada por entender la trama de esos hilos.

Punto tras punto 
Ahora suenan alegres amarillos, jugosos como besos; entran después las hebras-jacaranda con perfumes delicados de ausencias largas y queridas, de adioses que no deseamos y nos atravesaron la vida dejándonos creyendo que la luz no volvería. (No quiero que llegue el rojo, no sé si tengo fuerza. El negro no es color, no me preocupa).
Cadenas y punto atrás son las puntadas que me anudan, madejas verdes, rosas y naranjas para esperar los días que aún queden en mi bastidor. Aquí, en el recinto de mi corazón, la música está bordando mi pasado mientras las lágrimas me borran los contornos y se me enredan los hilos... yo quietamente escucho, convertida en ovillo.

Poeta residente en Ensenada. 

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