Pensamiento social de la iglesia, aportación de Odeco (Tercera parte)

domingo, 21 de mayo de 2017 · 00:00

Por Heberto Peterson Legrand*

A la muerte de San Pío X en plena Primera Guerra Mundial (1914-1918) en ese contexto difícil es nombrado sucesor de San Pedro el cardenal arzobispo de Bolonia Giacomo Della Chiesa quien nació en Génova, la tierra de Cristóbal Colón el 21 de noviembre de 1854.

Su familia pertenecía a la nobleza de la ciudad, desde el siglo XVI. Toma por nombre el de Benedicto XV.

Siendo un joven sacerdote pasó a la Academia de Nobles Eclesiásticos. En esta academia se formaban la mayoría de los diplomáticos de la Santa Sede y sus egresados eran considerados como los mejores diplomáticos del mundo.

Este Papa que siempre había tenido a la caridad como la virtud fundamental del cristianismo, se veía exaltado a uno de los puestos de mayor responsabilidad, en unos momentos en que las naciones se desangraban en una guerra mundial.

Su primera medida para procurar la paz en todo el mundo, fue la publicación de la encíclica Ubi primun, sobre la necesidad de la paz. Sus trabajos políticos en favor de la paz fueron incesantes.

Le preocupaba la salvación eterna, de ahí que la política de la iglesia no cesara de afirmar su distinción y diferencia de la actividad política de los partidos y de los gobiernos y de ilustrarla remitiéndose a su misión esencial de "salvar almas”, y presentándose como el conjunto de las actividades atentas a asegurar a las entidades eclesiásticas el libre desenvolvimiento de su misión esencial, consistente en administrar sacramentos, instruir a los fieles a este efecto y defender la ortodoxia y la disciplina interna.

Paz sin color ni nacionalidad

La caridad bien puede ser la piedra angular del pontificado de Benedicto XV, la clave de todo su corto reinado y, también el centro fundamental de su vida.

Su actividad tenía que ser "política” para tratar de poner paz en aquel mundo de guerra. Por eso manda como Nuncio a Baviera, y después a Berlín con misiones muy concretas de paz, a monseñor Eugenio Pacelli, y con la esperanza de que el Emperador alemán, aceptase unos puntos de paz sin vencedores ni vencidos, una llamada a un nuevo orden internacional, a una paz que suprima la "inutilidad de los estragos”.

Pero sus trabajos en pro de una paz no fueron oídos, o no quisieron ser oídos, ni por parte de Alemania ni por parte de las naciones que luchaban al lado de Francia.

Ninguna de las naciones en guerra comprendía que la llamada del Papa a la paz era la llamada del padre común, de un hombre sin credo político, de un hombre que continuaba trabajando por una sola verdad: la paz sin color ni nacionalidad, la paz de un orden universal.

Publica una nueva encíclica en la cual analiza las causas de la guerra. Las causas según la Ad Beatissimi se resume en cuatro puntos: la Falta de mutua comprensión entre los hombres; las injustas luchas entre las clases; el menosprecio de la autoridad y el exagerado deseo de las cosas materiales.

Amor al prójimo

La incansable actividad de su nuncio el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII fue reconocida. Los Alemánes le tenían en muy alta estima así como los extranjeros de todas las denominaciones religiosas.

El mismo presidente Von Hindenburg, a pesar de que era protestante rindió tributo "A la noble idea que el Arzobispo Pacelli tiene de su oficio, a su sabia objetividad, a su inflexible sentido que tenía de la justicia, a su generosa humanidad y a su acrisolado amor al prójimo”.

El embajador inglés lo consideraba como la mejor persona informada de Berlín, mientras que Dorothy Thompson, corresponsal extranjera en la capital alemana decía que "El nuncio no tiene igual en conocimiento de los asuntos alemanes y europeos y sagacidad diplomática”.

Instruyó a Benedicto XV que se designase en cada diócesis uno o más sacerdotes con el suficiente conocimiento del idioma de los prisioneros y, se les encarecía con especial insistencia que fomentasen y facilitasen por todos los medios la correspondencia de los prisioneros con sus familias.

Además ordenó que en el trato a los prisioneros no se hiciera distinción ninguna de religión, nacionalidad ni lenguaje.

Debieron beneficiarse en tales cambios unas 63 mil personas, principalmente de Bélgica, Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Fue considerable la colaboración de la neutral Suiza que permitió la entrada de soldados de distintas nacionalidades para que se recuperasen.

Se estableció un contacto estrecho con la Cruz Roja de Ginebra para recoger información de los prisioneros perdidos y otras víctimas de la guerra y de la ocupación.

Por el Vaticano pasaron millones y millones de liras con destino a las naciones que habían sufrido durante la Gran Guerra.

Repartió Benedicto XV todo el dinero que tenía la Santa Sede. Tanto es así que a su muerte el Vaticano no tenía dinero y fue preciso pedirlo prestado para los funerales de Benedicto XV.

Una gran figura

Trató él que las condiciones de paz no fueran muy duras para Alemania.

El mundo reconoció su labor. Se publicaron miles de artículos y libros sobre la caridad del Sumo Pontífice. En Turquía, donde los católicos son una pequeña minoría, se erigió oficialmente un monumento a su memoria.

Benedicto había dado una lección suprema al mundo, al demostrar las altas y únicas miras "políticas” de la Santa Sede.

Durante su Pontificado se celebró en Italia el sexto centenario de la muerte de Dante, uno de los máximos genios del cristianismo y el mayor escritor de Italia. Benedicto XV le dedica, una encíclica, In Praeclara, en la cual glosaba de manera maravillosa la figura y la obra del genial florentino, y decía que "La Divina Comedia” era uno de los más bellos poemas de amor entre una criatura y Dios.

-Esta parte se la dedico con cariño a la maestra y escritora ensenadense, Magdalena Calderón, compañera mía en primaria, dama muy culta y profunda conocedora y divulgadora de la obra de Dante-.

Benedicto XV entrega su alma al Creador el 22 de enero de 1922.

*Escritor ensenadense.

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