¿Qué me pasa cuando escucho poesía?

domingo, 16 de julio de 2017 · 00:00
Por Liz Durand Goytia*

Entré a la primara en el inicio de los años sesenta y en esa época era común que en las escuelas nos pusieran a memorizar poemas: rimas sencillas en los primeros años: Ya llegó abril y otro poema muy bello de Miguel N. Lira que empezaba "El panadero hacía pan, pan de dulce, pan de sal, rosquillas para los niños que lo ven hacer el pan”… y más adelante, otros largos y complejos que contenían historias, recuerdo Los motivos del lobo, la Canción del pirata, la tristísima El seminarista de los ojos negros; infaltable en todos los hogares La Chacha Micaila, y la imprescindible pero horrorosa Mamá soy Paquito, que junto con la Balada catalana eran infaltables en los festivales de Día de Madres –vaya celebración-. Además, en los recreos jugábamos rondas como la Naranja dulce, Matarilerilerón, Doña Blanca y otras hermosas canciones.

Aquellas memorizaciones no solamente nos entrenaban la memoria sino que nos hacían figurarnos las imágenes que sugerían, como en Historia del agua clara: "Agüita abajo, saltando, se va la piedrita negra (manita de colegial la convirtió en maromera”. Además, por el oído nos entraba el ritmo y la melodía de las palabras y de esa manera podríamos distinguir cacofonías y tropiezos en la escritura con más facilidad, diría que de manera natural.
Pero eso era algo que no elegíamos hacer porque era parte del currículum escolar y es diferente cuando es por gusto que se elige la poesía. 

Recuerdo vivamente una imagen que me impresionó y que escuché en un LP que tenía uno de mis primos, y la frase que provocó una tremenda sensación de asombro, belleza y melancolía decía "...Desde el fondo de di, y arrodillado, un niño triste como yo nos mira”… 

No supe quién era el autor, y si lo vi en el disco lo olvidé, como el resto de los poemas. Pero supe que era una manera de decir las cosas que me había impresionado y en adelante leía con avidez los poemas que encontraba. 

Ya tenía 17 años y había dejado de ir a la escuela terminando la primaria pero la lectura me resultaba indispensable, lo mismo que escribir constantemente en un cuaderno, en hojas o servilletas cuando sentía que me ahogaban emociones y sentimientos que no podía expresar.

Me di cuenta de que la poesía sirve para todo: el dolor cuando sentimos que nos mata, la rabia cuando no podemos hacer nada, el amor cuando nos atraviesa, la ternura que provocan las criaturas, las aves, las flores, los animalitos... Y conocí las letras de Miguel Hernández, las de Amado Nervo, Pablo Neruda, Rosario Castellanos... todos ellos me sacudieron con su forma de pronunciar también lo mío, o sea, lo humano.

Historias que crearon amistad 
Con el tiempo seguí buscando poemas y poetas y como la vida siempre nos pone donde deberíamos estar, en los noventas conocí personalmente a muchas mujeres que además de todo lo que hacían, escribían poesía. 

Me pegué a ellas "como lapa”, quería aprender también a decir cosas de esa manera  y luego de algunos años hemos sido amigas muy cercanas y nos hemos compartido muchas cosas que escribimos. 

Ellas me señalaron el camino de la poesía, lleno de tinta fallida porque un texto, para brillar como un poema, no sólo debe ser escrito con toda honestidad sino que  tendrá que ser pulido, amputado y modificado hasta que brille con luz propia y sea capaz de entrar al corazón de otros.

Primero creía que tendría que ir a la universidad para ser poeta y cuando me di cuenta de que eso no funciona así, me dediqué a observar en qué consiste. 

Entendí que es una actitud, una manera de mirar al mundo y a los semejantes, una profunda manera de sentir, una necesidad enorme de decir nuestra verdad, un ejercicio que nos hace escribir y borrar y cambiar y buscar hasta sentir que, finalmente, hemos perfumado a las palabras como flores. 

Ser poeta es un compromiso, una responsabilidad, una manera casi heroica de estar en este mundo y una búsqueda permanente por encontrar en la literatura, en la poesía, lo que somos.
 
"Ser poeta es un compromiso, una responsabilidad, una manera casi heroica de estar en este mundo y una búsqueda permanente por encontrar en la literatura, en la poesía, lo que somos”, Liz Durand Goytia. 

*Poeta residente en Ensenada.

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