LOS LITERATOS COMPLEJOS O LOS COMPLEJOS DEL LITERATO

domingo, 11 de marzo de 2018 · 00:00

Por Adán Echeverría*

La verdadera imaginación poética,

(…) es siempre creadora de mitos.

Octavio Paz

Actualmente los jóvenes hablan de otros así: “Tengo un amigo literato”, “conozco a un filósofo”, “mi compa es psicólogo y te analizará”. Pero el primer ejemplo es de un  recién graduado de la licenciatura en Literatura, el otro estudia su licenciatura en Filosofía y Humanidades y el último está por terminar Psicología.

Cuando han abandonado la academia y desde corta edad han sobrevivido trabajando, dicen de ellos mismos, “soy periodista”, cuando hacen notas para el periódico local, “soy reportero”, de los que copian el boletín de prensa, “soy corrector de estilo”, pero trabajan de capturistas en alguna imprenta, “soy editor”, cuando pasan en un procesador de textos y arman lo menos en page-maker sus cuadernillos para imprimirlas en su impresora láser. “Soy columnista”, porque tienen su bitácora personal gratuita (blog).

Hoy día los jóvenes suelen rellenar su currícula; fantasean acerca de sus publicaciones en portales del internet, se enarbolan como personas de izquierda y dicen de todo aquel que les rodea:“Ese político es torpe, aquel es un seudo periodista, nosotros los editorialistas somos francotiradores, esa mujer ni sabe actuar, seguro que alguien le está dando alguna ayudadita para aparecer en el cine.

“Con quién se llevará aquel para ser asesor del instituto de cultura, cómo puede tener un espacio en el periódico si no sabe poner las tildes en las palabras, cuál es su trayectoria”. Denostando al otro.

Descalifican al contrario lo mismo que festejan el logro de un amigo, siendo ambos de la misma escuela, de la misma generación, de la misma edad, del mismo estrato social, poseedores de la misma cultura neocomunicativa (academia más internet).

Lo real es que las palabras de Rubén Darío acerca del tesoro que puede ser la juventud, ha caído en la cursilería con destino al olvido. Ser joven se ha vuelto sinónimo de vago, y va junto con pegado a eso de pretender ser artista (en cualquiera de sus disciplinas).

Diferencias en trato

Recuerdo a un compañero, de esos que conmigo disfruta hacer versitos y participar en concursos y premios, perseguir becas, desanimarse, volver a animarse, y hasta caer en el clásico: “seguro está amañado este concurso”.

Acudimos a una oficina a ver a una importante autoridad cultural y cuando el guardia de la entrada preguntó por nuestras generales, mi amigo dijo rápido “fulano de tal, escritor”, y levantó el mentón, como si el cielo se abriera y bajara Edgar Allan Poe en forma de cuervo, mientras se escucha la voz de Carlos Pellicer decir “este chico es mi amado, en él quisiera poner mis confidencias”. Pero en vez de eso, el guardia de la entrada escribió en la hoja de registro: desempleado.

Luego, carraspeando en el hartazgo, volteó hacia mí y dijo:

- ¿Y usted? –solté mi nombre y recalqué, doctor en Ciencias.

- Claro, doctor, -el guardia se enderezó en su asiento, cogió el teléfono muy derechito y apuntó- ahora lo comunico. Permítame un momento.

No comprendo aún el significado del tipo diferente de trato que se dispensa a los compañeros que, como yo, nos dedicamos a la literatura (o a otra actividad artística), de los que abrazamos también alguna otra disciplina como carrera profesional. Generalmente la gente suele decir que los artistas que somos vagos, desempleados, mal vivientes. Quizá por eso el ideario, a manera de protección, de que muchos jóvenes digan de sus compañeros, “fulana de tal, lingüista”, por la estudiante de lengua y literatura, o “filósofo” al estudiante de Filosofía y Letras o Filosofía y Humanidades.

Recuerdo, por escritos del siglo XIX, cómo un estudiante de medicina que seguía siendo bachiller era respetado por la sociedad. Un ejemplo puede ser Manuel Acuña, quien se quitara la vida a los 24 años pero que, como estudiante de medicina, era respetado socialmente e invitado, por los maestros y las autoridades educativas, a dar lectura a sus poemas o a ser quien dijera los discursos en los eventos públicos o en los festejos del liceo.

Desatino social

Este desatino social entre enjuiciado y juez, tiene que ver con las múltiples oportunidades que se brinda a muchos de  jóvenes y que luego son tiradas al caño. Cuántos de ellos reciben becas de arte y el recurso económico se les acaba consumiendo drogas o alcohol, para nunca publicar aquel poemario, aquel libro de cuentos, aquella novela. Una vez una amiga me contó que había conocido en una fiesta a un joven que consiguió un apoyo para pasar algunos meses en Holanda para desarrollar un proyecto de creación artística. Cuando ella le preguntó qué tal era Europa, o qué le había gustado más de su estancia en aquel país, el joven contestó:

- No tengo la menor idea. Estuve drogado todo el tiempo. Ahí las drogas son libres y nadie te juzga por mantenerte en el viaje. Y así se tiran a la basura las oportunidades.

Se refuerzan los estereotipos que nos alejan de ser escritores respetados como lo fueron Guillermo Prieto, Manuel Acuña, Alfonso Reyes, Federico Gamboa, Juan Díaz Covarrubias, Rosario Castellanos, Juana de Asbaje, Elena Garro, Fernando Benítez y  Mariano Azuela, quienes desde corta edad trascendieron con su disciplina, sus lecturas, sus obras, su diario desenvolverse en la vida y el tiempo que les tocó vivir. Con disciplina, esfuerzo y dedicación.

Por eso me sigo preguntando si en verdad, como dicen los escépticos, los literatos somos gente compleja o acaso es que muchos “artistas” tienen complejo de literatos.

*Escritor y editor.

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