Cosmogonía Kiliwa

domingo, 18 de marzo de 2018 · 00:00

Por Marco Arturo Moreno Corral*

Con pesar leí en este suplemento cultural la colaboración de Marta Aragón sobre el último kiliwa.

En verdad me entristeció saber el fallecimiento de José Ochurte; eslabón final de una simiente que pobló esta parte de Baja California desde hace miles de años, y aunque era un suceso anunciado, pues como indicó la autora nada se hizo para evitarlo. Duele saber que no están más entre nosotros los orgullosos miembros de esa etnia.

Han desaparecido, pero logró conservarse su lengua, así como otro preciado bien de su cultura: los mitos sobre la creación del mundo y sobre los astros.

Este artículo es un sencillo homenaje a los Kiliwa. En el me refiero precisamente a la cosmogonía de esos nativos bajacalifornianos, que como podrá apreciarse, tuvieron una sensibilidad que muestra, que sus ideas acerca del cielo y del mundo, en nada fueron inferiores a la de otros pueblos antiguos, incluidos griegos y romanos.

La diferencia solamente es que sus mitos son conocidos por muy pocos. Yo entré en contacto con sus relatos sobre el cosmos en 1971, cuando vine a trabajar al Observatorio Astronómico Nacional, que entonces estaba en proceso de construcción.

Ahí conocí a Tomás Farlow Espinoza, hijo de la “Chepa”, como llamaban a Josefa Espinoza, quien a pesar de su edad, recorría sola la sierra de San Pedro Mártir recolectando plantas medicinales, pues era curandera de los kiliwa.

Aunque Tomás no era kiliwa puro pues su padre fue un texano de origen cheroqui, vivió toda su vida en los territorios originalmente poblados por los kuiliwa. En 1967 sirvió como guía a los astrónomos de la Ciudad de México que vinieron a explorar esa serranía, buscando un sitio donde instalar un nuevo observatorio.

Desde entonces laboró en esa dependencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, por lo que fue un pionero en la construcción de ese centro astronómico.

 

Bellos mitos

En las oscuras y despejadas noches de primavera y verano de 1971, hubo ocasiones que al calor de una fogata, observábamos el cielo estrellado y la gran extensión de la franja que conforma la Vía Láctea. Tomás nos contaba entonces leyendas sobre los astros. Fumaba mucho y decía que el humo iba al cielo y formaba un camino hacia él.

Años después de aquellas pláticas, hallé en una librería de viejo de la capital del país, un libro sobre los kiliwa escrito por Jesús Ángel Ochoa Zazueta, donde pude leer el mito kiliwa sobre la Vía Láctea, según el cual cuando Meltípájal (u) el dios creador coyote-gente-luna, hizo la Tierra y todas las cosas, se quedó dormido mientras fumaba.

El humo de su pipa crecía y crecía desparramándose por el mundo desfondado. El humo formó las veredas y los caminos, ello le dio mucho gusto y así formó la Vía Láctea, el camino de humo del cielo, que es un camino de nube por el que todos los Kiliwa tarde o temprano caminarán para ascender a los cielos de los muertos.

Otro de sus bellos mitos es sobre el principio del mundo  dice que: “Cuando no había nada, cuando todo aquí era oscuridad. Cuando sólo la sombra poseía los espacios, cuando las tinieblas eran solamente ellas; entonces no había tierra, ni cielo,  ni agua, ni fuego. Entonces no existían las plantas, no se veían las estrellas en el firmamento. Los animales no eran, en el cielo los rayos no tronaban, el Sol no calentaba, no había Luna que marcara el paso del tiempo y de la vida. No había nada en esa oscuridad, no había hombres en esa permanente noche”.

Algo importante de este mito, es que brinda información sobre la forma en que los kiliwa median el tiempo, usando las fases lunares para determinarlo.

Según sus mitos, los Kiliwa fueron procreados por Meltípájal (u), quien al darse cuenta de que se hallaba completamente sólo, con voz de coyote, por la tristeza que ello le producía, creó al hombre. Para hacerlo, tomó agua e hizo buches que arrojó hacia los puntos cardinales, formando el sur (kosei) amarillo; el norte (kiwiniel) rojo; el este (mesép) blanco y el oeste (nié) negro. Fue así como Meltípájal (u), la deidad creadora, hizo los rumbos del universo.

Gracias a los arqueólogos e historiadores que recopilaron la tradición oral de esa etnia, puede afirmarse que los kiliwa conocían y diferenciaban distintos objetos celestes, como las estrellas, los meteoritos, las estrellas fugaces, los cometas, el planeta Venus, así como el Sol, la Luna y la Vía Láctea, pues en su lengua tenían palabras específicas para cada uno de esos objetos celestes.

Su deidad principal o personificación del dios creador, era la Luna, que para ellos tenía de sexo masculino y lo llamaban coyote-gente-luna, mientras que el Sol era considerado un dios guerrero y Venus era la gran estrella.

Consideraban a las estrellas como fogatas encendidas por las noches por sus ancestros que ya habían ascendido al cielo, mientras que los meteoritos eran espíritus funestos, que podían llevarse su fuerza, por lo que ante su presencia, debían refugiarse en sus moradas y abstenerse de relaciones carnales. La aparición de estrellas fugaces con sus rápidos movimientos, les indicaban que en el cielo había guerra. En cuanto a los cometas los veían como la cabeza desprendida del hijo del oso, por acción del gran golpe que al vencerlo le dio Meltípájal (u).

Esa cabeza quedó flotando en el espacio. Para los kiliwa la presencia de un cometa era señal nefasta, que presagiaba guerra y otras calamidades. Particularmente pensaban que afectaba las actividades de cacería, a los enfermos y a las parturientas. Para ahuyentarlos era necesario hacer mucho ruido.

 

Observar el firmamento

En cuanto a los grupos de estrellas que pueden mirarse a simple vista, estos nativos bajacalifornianos formaron algunas constelaciones, que evidentemente nada tenían que ver con las originadas en la cultura occidental, pero que en el fondo tenían el mismo motivo, pues les sirvieron para narrar sus ideas míticas, explicar sus leyendas, así como para orientarse en sus constantes viajes dentro del extenso territorio que ocuparon alrededor de las sierras de Juárez y San Pedro Mártir, pues debe recordarse que fueron seminómadas. Entre sus constelaciones se encuentran la de Las Muchachas Viudas (nuestras Pléyades), la de Los Muchachos Avergonzados (parte de nuestra constelación de Coma Berenice), la del El Cuerpo del Hombre (se piensa que era parte de la del Escorpión), la de Los Tres Borregos (constelación de Orión), la de La Cola de la Culebra (no identificada), la de La Cuna del Niño (igualmente sin identificar) y la Cabeza de Gente (parte de la actual constelación del Cuervo).

Sin duda los kiliwa observaron el firmamento y supieron sacar provecho de lo que miraban en la bóveda celeste, convirtiendose así en astrónomos, con el mismo derecho que pueblos de otras partes del mundo, que en sus mitos y leyendas, plasmaron sus ideas sobre lo que veían en la inmensidad del cosmos, pero que además las usaron para comprender mejor el mundo que habitaban.

 

*Astrofísico e investigador del Instituto de Astronomía, campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

mam@astro.unam.mx

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