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La Tierra, nuestra única embarcación

A través de este planeta navegamos por el océano cósmico. Hoy en su día internacional tenemos la oportunidad de impulsar la conciencia de todos sus tripulantes acerca de los problemas que lo afectan y las diversas formas de vida que en él se desarrollan
domingo, 22 de abril de 2018 · 21:46

Por Rolando Ísita Tornell*

Cualquiera de nosotros habrá visto alguna película o serie de televisión en la que grandes barcos navegando en la mar padecen algún accidente y la embarcación comienza a zozobrar.

Las tripulaciones entran en pánico ante la posibilidad de morir ahogados o quedar flotando a la deriva en la inmensidad del océano, con la vaga esperanza que alguna otra embarcación pueda rescatarlos.

Existió un suceso real de esas características, una enorme embarcación construida en la época de la exultante industrialización y de la que se decía con arrogancia que era inhundible, el Titanic, se fue a pique en el océano en unos cuantos minutos.

Navegaba a gran velocidad en zona de icebergs, enormes montañas de hielo flotando a la deriva en el mar del norte, uno de ellos se cruzó en su camino, la gigantesca embarcación no logró virar del todo para eludirlo y una de sus aristas de hielo, cual navaja de abrelatas le infirió una larga herida mortal a la embarcación por debajo de su línea de flotación. Viajaban a bordo 2 mil 223 personas, murieron mil 514 la mayoría por hipotermia, congelados, el resto pudo esperar a ser rescatado por otro buque, el Karpatia, en unas cuantas lanchas.

La Tierra es la única embarcación en la que navegamos en un océano cósmico con el enorme tamaño calculado en 13 mil 800 millones de años luz. Un sólo año luz tiene 9 millones 460.8 de kilómetros, es la distancia que recorre la luz en un año a una velocidad aproximada de 300 mil kilómetros por segundo.

Hasta ahora no sabemos de ninguna otra embarcación cercana que pueda rescatarnos si nuestra nave Tierra zozobra. En nuestra nave Tierra no navegamos solos, vamos junto con una infinidad de especies vivas y en ella llevamos todos los víveres que las especies requerimos para sobrevivir.

En nuestra cercanía no sabemos de alguna “isla” donde podamos sobrevivir como náufragos, tan sólo una enorme bola de fuego termonuclear y otras esferas de roca, desérticas, hielo, polvo y gas sin aire respirable; más y más rocas heladas e inciertos y minúsculos vestigios de agua sin certeza que sea para beber.

Nuestra nave Tierra es una diminuta partícula azul pálida apenas distinguible, y no más grande que un pixel, vista desde Saturno. El falso que tres cuartas partes de esta motita azul sean agua. Si hundimos una pelota de futbol en una cubeta con agua, al sacarla quedaría impregnada de una delgadísima capa de agua, ese sería un símil de cuánta agua tiene la Tierra en realidad.

Si esa poca agua de la Tierra cupiera en una botella de 1 litro, 975 mililitros serían agua salada; 24.7 ml serían hielo o agua subterránea inaccesible y apenas un tercio de mililitro, una gota, sería el agua dulce que necesitamos para sobrevivir. Y para vivir, necesitamos compartir esta gota de agua con plantas y animales, con los ecosistemas.

Asimismo, nuestra atmósfera es fundamental para la vida, y ella es muy delgada, tenue, en un equilibrio frágil de gases, temperatura y presión; el 75 por ciento de la masa atmosférica apenas llega a los 11 kilómetros de altura sobre el nivel del mar. Nos ahogamos en el agua porque no estamos diseñados para respirar agua. Para hurgar en las aguas hemos desarrollado tanques que llenamos del aire de la atmósfera para respirar, mas no basta, a medida que bajamos aumenta la presión dando lugar a fenómenos como el aumento de nitrógeno en la sangre y el consiguiente trastorno cerebral; y otro tanto sucede si subimos a los límites de la atmósfera, como los alpinistas que suben a los tres mil metros sobre el nivel del mar y hasta ocho mil metros, como el Everest, suelen padecer hipoxia cerebral, falta de oxígeno en el cerebro.

Así pues, que otra nave como la Tierra debe tener una masa atmosférica compuesta por 21 por ciento de oxígeno, 78 por ciento de nitrógeno, argón 0.9 por ciento, dióxido de carbono 0.04 por ciento y pequeñísimas proporciones de neón, helio, metano, kriptón, hidrógeno, óxido nitroso, xenón, ozono, dióxido de nitrógeno, yodo, monóxido de carbono y amoniaco.

Esta atmósfera no es homogénea, ni tampoco la temperatura y presión. La temperatura varía dependiendo de la altura, y la relación de la temperatura con la altitud varía según se trate de cuál de las cuatro capas atmosféricas: troposfera, estratosfera, mesosfera y termosfera, con sus subdivisiones ozonosfera, ionosfera y exosfera.

Esta frágil y tenue atmósfera en delicado equilibrio de gases, presión y temperatura nos protege de las letales radiaciones cósmicas y solares, con longitudes de onda extremadamente pequeñas y energéticas, como los rayos x y los rayos gamma, amén de los ultravioleta que sí llegan a penetrarla, de no ser por ella estaríamos fritos o, simplemente, no se habría desarrollado la vida en ella.

Si buscamos otro planeta no bastará que tenga agua, también necesitamos que tenga una atmósfera como esta, y que no es sólo “ponle los ingredientes y ya está”, no. No debe estar muy cerca de su estrella porque el agua se evaporaría fácilmente, ni tampoco lejos porque el agua estaría congelada. La estrella debe ser parecida al Sol, ni muy grande ni muy pequeña.

Construir la nave Tierra, al Universo le llevó unos miles de millones de años para consolidar primero una cantidad suficiente de polvo y gas cósmico e iniciar la violenta y convulsa formación de un disco protoplanetario, en un suburbio de una de los mil millones de galaxias existentes, aglutinar la vasta y suficiente materia para que la fuerza de gravedad presionaría para que átomos de hidrógeno se fundieran y encendieran el Sol, hace unas 5 mil millones de años; mientras con el material restante, en una vorágine de convulsiones, colisiones e impactos se formaran otras esferas que dieron lugar a los planetas, entre ellos, Tierra, hace unos 4 mil 500 millones de años.

Tierra no fue siempre fue una esfera como la conocemos, una idea muy aceptada es que algún bloque gigantesco de escombros, en la primera parte de la formación del Sistema Planetario Solar, chocó con ella desprendiendo una masa de materia suficiente para formar la otra esfera que nos acompaña, la Luna.

La bola de materia candente se fue enfriando formando una costra que, con el tiempo, se convirtió en la corteza, que es cual si fuera la cáscara de una naranja y la pulpa de la naranja fuese la materia viscosa candente.

 

Gran oxidación que permitió evolucionar

La Tierra, el “mundo” actual, es abundante en vida, con por lo menos 8 millones de especies diversas, si no es que algunos millones más, entre animales, plantas y otros seres vivientes. Unos mil millones de años después que se formara y se enfriara, empezaron a surgir microbios primitivos de una sola célula, y 2 mil millones de años después la vida se tornó más compleja que sólo uno microbios flotando en el mar.

La actividad de aquellos primeros organismos microbianos desencadenó un fabuloso incremento de oxígeno en la atmósfera y los océanos. Si hubo una gran explosión en el origen del Universo, en nuestro planeta hubo una Gran Oxidación que permitió nuevas direcciones en la evolución de la vida.

Células semejantes se asociaron y empezaron a especializarse para cumplir diversos trabajos para la sobrevivencia del conglomerado y a depender una de otras, se desarrollaron plantas pluricelulares, los animales y otros organismos, todo ello iba teniendo lugar en las aguas.

De entonces a la fecha estos conglomerados de células tendientes a la especialización y a la división del trabajo dieron lugar a organismos cada vez más complejos con diversas habilidades y destrezas. En todos esos 4 mil quinientos millones de años han evolucionado y desaparecido especies en forma masiva; algunas de ellas han sobrevivido en forma invariable.

Sabemos de las extinciones por los restos fósiles. A partir de ellos se han identificado por lo menos cuatro extinciones masivas de especies, la más reciente en el Cretácico, hace 65-70 millones de años, cuya explicación más aceptada es la del impacto de un enorme objeto, tal vez un asteroide, de unos 10 kilómetros de diámetro, en lo que hoy es Yucatán, en Chicxulub, que provocó la desaparición de los grandes saurios que dominaron sobre la Tierra durante 200 millones de años.

 

Sin más embarcaciones de rescate

Aunque los humanos, tal como los conocemos hoy, apenas llevan habitando la nave Tierra unos 200 mil años, a causa de sus actividades la Tierra ha experimentado enormes cambios en los últimos siglos. De mil millones que éramos en el año 1800 hemos pasado a ser 7 mil 444 millones. El 20 por ciento de la superficie de la nave Tierra está colonizada por humanos; dos tercios de esa superficie están ocupados por la industria, las urbes y la producción agrícola de alimentos.

La industria provoca la intoxicación de tierras y aguas, aumento de emisiones de gases que modifican el equilibrio de gases de la atmósfera, provocando, entre otros problemas, efectos invernadero, cambio climático y grandes destrucciones de hábitats. Comparando las extinciones masivas por causas naturales, puede que las causadas por los humanos sean 10 o 100 veces mayores. Además, por no saberlo o en formma deliberada los humanos han introducido especies invasivas en nuevos entornos, como conejos, sapos, serpientes, mosquitos, moscas, plantas, provocando elevadas tasas de crecimiento que impactan a las especies nativas.

La más alarmante amenaza es la modificación del clima que, de no detenerse, será irreversible. No todos los humanos creamos estas amenazas, y los responsables han llegado al cinismo de ignorar la amenaza con tal de conservar sus intereses económicos, demostrando además su enorme ignorancia, porque de haber extinción masiva de especies a ellos los incluye.

Hemos visto atrás que ha habido extinciones masivas y la Tierra sigue tan campante, se ha recuperado. No es difícil pensar que, por una extinción masiva provocada por el hombre, la Tierra se recuperará… pero sin nosotros.

Celebramos el Día Internacional de la Tierra para recordar que el planeta, la única nave que tenemos para navegar en el océano cósmico, y sus ecosistemas, nos dan vida y nos dan sustento. Es un día de oportunidad para impulsar la conciencia de todos sus tripulantes acerca de los problemas que afectan a nuestra embarcación cósmica y a las diversas formas de vida que aquí se desarrollan.

A diferencia del Titanic, si la nave Tierra zozobra no habrá sobrevivientes, no habrá otras embarcaciones de rescate.

 

Frase:

“Celebramos el Día Internacional de la Tierra para recordar que el planeta, la única nave que tenemos para navegar en el océano cósmico, y sus ecosistemas, nos dan vida y nos dan sustento”.

 

*Comunicación de la Ciencia UNAM-Ensenada y divulgador desde 1982.

risita@dgdc.unam.mx

 

 

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