Dos caras de una misma moneda… Ciencia y Arte

El artista y el científico crean e imaginan de forma semejante, hacen lo mismo. ¿Lo diferente? Uno lo plasma, lo expresa; el otro lo tiene que demostrar, medir y reproducir (en la medida de lo posible)
domingo, 8 de abril de 2018 · 00:00

Por Rolando Ísita Tornell*

El azar, la necesidad y la adaptación condicionaron el privilegio humano de desarrollar un cerebro con posibilidades insospechadas. Una de sus extraordinarias capacidades frente a los retos de la naturaleza es la detección de patrones, formas, estructuras repetidas, cíclicas. No es una capacidad exclusiva de la especie, pero sí la de evolución más sofisticada.

Parte de sus complejas e intrincadas capacidades es la de asociar y relacionar las distintas estructuras de la naturaleza y del cielo que detectan los sentidos de la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto. Con todo ello, como sello distintivo culminante, tiene la capacidad de crear y almacenar en el interior del magnífico órgano estructuras abstractas que ya no están en la naturaleza, proyectarlas en la imaginación; reproducir, predecir y representar cada vez más los comportamientos cíclicos de la naturaleza, el cielo ¡y los de su propia creación!

Las capacidades resultantes de la evolución, además de azarosas y por necesidad, tienen lugar en poblaciones, no en individuos, y suceden tras largos periodos de adaptación. Una de las formas más sorprendentes que los humanos nos hemos dado para reproducción de los fenómenos de la naturaleza, es designarlos y compartir esa designación generación tras generación.

Tan notable como ver, experimentar, reproducir, capturar y entender el fuego, ha sido capturar imágenes, sonidos, materiales, objetos, sustancias, sabores, asperezas, tersuras y transformar todo ello.

Reducir y segmentar toda esta apretada capacidad de nuestra mente, como transformar un pedazo de roca en una herramienta o en una figura; plantear y describir una estrategia de acoso,  captura o caza delineando en una pared para planear como grupo la obtención de alimento a tecnología, ciencia o arte, es una descomunal injusticia con nosotros mismos, es como negar o segmentar toda esa proeza de por lo menos tres millones de años de antigüedad.

Seguramente los autores de las pinturas rupestres no tenían la intención de hacer “arte”, sino tomar alguna sustancia de la naturaleza que les permitiera plasmar en una pared un patrón de caza, una estrategia aprendida y capacitar a los grupos de una generación a otra; lo mismo la habilidad de cascar lajas de las rocas para elaborar herramientas, armas, ¿por qué no una figura humana también? Imitar el sonido de las aves para advertir a los otros la presencia de un depredador o de una presa para alimentarse, ¿por qué no también una melodía para expresar un sentimiento? ¿Por qué siento? ¿Cómo expreso una emoción que existe en mi interior y no hallo algo semejante en la naturaleza o que ella misma me provoca?

Arte, ciencia y tecnología

En buena parte de nuestra existencia como especie tales divisiones, afortunadamente, no han tenido lugar; sencillamente se llevaban a cabo sin mayor controversia. Todavía hace menos de cien años se adquiría capacitación en “artes y oficios”, que no era otra cosa que carpintero, mecánico, operador de maquinaria, electricista, sastre.

De hecho, los papeles de científico, sacerdote, hechicero y líder los representaba una sola persona durante buen trecho de nuestra historia; el más certero flechador o golpeador de quijadas de presas, en sus ratos de reposo también esculpía delicadas figuras de piedra.

En nuestras tres grandes civilizaciones antiguas, olmeca, tolteca y maya,  tenemos el ejemplo ilustrativo de esta visión integral de conocimiento de la naturaleza, del universo, la arquitectura, la ingeniería, la magia, la religión, el arte, la política y la organización social como un todo.

En los vestigios de ellas encontramos representados todos esos conocimientos, ideas, creencias, estética. y organización social. Las pirámides representan intrínsecamente una rudimentaria física, una avanzada arquitectura, una muy precisa astronomía de posición y su capacidad de relación de los ciclos celestes con los ciclos naturales.

Al parecer solo una cosa les falló: el desmedido crecimiento poblacional frente a los límites de capacidad de reproducción agrícola, de los inventarios de especies para la caza y la pesca. La Naturaleza se los cobró.

Demos un gran salto y enfoquemos la película en algunos de los más impactantes momentos de interacción del arte, la ciencia y la tecnología. En un principio los primeros retablos que pretendían reproducir la más grande y exitosa historia jamás contada carecían de perspectiva, los pintores desconocían el truco, la habilidad, de representar la tridimensionalidad en un solo plano, largo y ancho, sin fondo. Como muchas de las más modernas habilidades humanas, tuvieron en el Renacimiento el contexto detonante para desarrollarse.

Muchos de los conocimientos que hasta entonces no se llamaban “científicos” ya se habían desarrollado desde las más antiguas civilizaciones. El gran conquistador Alejandro Magno, tres siglos antes de nuestra era, tuvo el tino de, en vez de destruir los territorios conquistados,  conservar y atesorar. Fundó en Alejandría (Egipto) una gran biblioteca donde se conservaban todos los conocimientos desarrollados hasta ese momento: geometría, aritmética, astronomía, literatura, orfebrería, metalurgia. Pero los primeros cristianos la incendiaron en su creencia de que esas cosas eran de brujas y demonios. A su última directora, la astrónoma y matemática Hypatia, la desollaron viva. De ahí en adelante el mundo conocido deambuló siglos de oscuridad, intolerancia y epidemias.

Afortunadamente para la humanidad, los árabes -que también eran grandes mercaderes y navegantes (por lo menos en el mar Mediterráneo)- acopiaron alguna mínima parte de rollos (libros) de conocimientos de Alejandría. Dominaron la península ibérica durante cuatro siglos, desarrollando el álgebra y aplicando la geometría desarrollada por los antiguos griegos, exponiéndola en las bellísimas construcciones de Al Andalus (Andalucía, España).

Fueron expulsados de la península y el rey Alfonso X, apodado El Sabio, se encomendó a la tarea de traducir del árabe y del griego, al castellano y al latín todos los libros que dejaron los moros, con ayuda de los monjes franceses de Chartres. Acto seguido, se diseminaron por toda Europa a través de los conventos y monasterios, la semilla del Renacimiento quedó sembrada y el antídoto contra el oscurantismo medieval.

Disciplinas en comunión

Quienes abrevaron en esos conocimientos no se distinguían de artesanos, artistas, curanderos, médicos, ingenieros, mercaderes o científicos (palabra o concepto que es muy reciente).

La geometría euclidiana desató la tridimensionalidad en la pintura, los inventos y artilugios que fueron sentando las bases para el ocaso del feudalismo, y los individuos volvieron a dar rienda suelta a la creatividad de los ancestros: Leonardo da Vinci, lo mismo genial inventor que pintor; Luca Pacioli, arquitecto y matemático, Alberto Durero, Leone Battista Alberti, por citar sólo algunos.

La ciencia de la antigüedad rescatada, la circunferencia de la Tierra deducida y medida con abstracciones geométricas por el griego Eratóstenes, dio lugar a la cartografía, y hoy día no tendríamos elementos de juicio para determinar si aquellos son mapas u obras de arte; Copérnico sacó a la Tierra del centro y la puso donde pertenece, orbitando al Sol. Luca Pacioli desarrolló la idea de la proporción dorada, que lo mismo se encuentra en los caracoles que en la galaxias y las proporciones humanas.

Más tarde, pintores como Johannes Vermeer, a mediados de los seiscientos, debe el prodigio de la iluminación en sus pinturas y la minuciosidad de los reflejos en esferas al intercambio y amistad con artesanos ópticos (hoy les diríamos físicos ópticos); no es sorprendente que en su obra, además, estén presentes El Geógrafo, El Astrónomo, La Cartografía.

En nuestros días, hemos gozado piezas populares y bien elaboradas como la Rapsodia Bohemia, del grupo Queen. Su guitarrista, Brian May, diseñó su propia guitarra practicando el arte de la laudería, además, es doctor en astrofísica; estuvo presente en “la primera luz” (así le llaman los astrónomos a la inauguración de sus telescopios) del Gran Telescopio de Canarias, el telescopio óptico más grande construido a la fecha; y junto con el recién fallecido Stephen Hawking impulsó la celebración del Día Internacional del Asteroide, en prevención de aquellos que pueden ser amenazantes para la Tierra.

Aquí mismo, en Ensenada, a finales de agosto del 2017, tuvimos la fortuna de escuchar las reflexiones del escritor Jorge Volpi, invitado por el Centro de Nanociencias y Nanotecnología para el Festival del Conocimiento (de ciencias, artes y humanidades), cuya obra más galardonada tiene como protagonista a un científico, En Busca de Klingsor; un asiduo lector de historia, filosofía y ciencia. De su charla en el Ceart, inferimos y concluimos de manera semejante: el artista y el científico crean e imaginan de forma semejante, hacen lo mismo. ¿Lo diferente? Uno lo plasma, lo expresa; el otro lo tiene que demostrar, medir y reproducir (en la medida de lo posible).

*Periodista y divulgador de la ciencia desde 1982.

...

Galería de fotos

Comentarios