Cartografía celeste

En distintas partes del planeta, existen petroglifos y pinturas rupestres que indican que desde el pasado remoto, observaron las estrellas, el Sol, la Luna; esos dibujos y grabados, son los primeros mapas celestes que existieron
domingo, 13 de mayo de 2018 · 00:00

Por Marco Arturo Moreno Corral

Durante milenios los humanos han representado de formas diversas lo que han visto en el firmamento. En distintas partes del planeta, existen petroglifos y pinturas rupestres que indican que desde el pasado remoto, observaron las estrellas, el Sol, la Luna, los planetas y sucesos puntuales como la presencia de cometas o el surgimiento de una estrella donde antes no había nada. Esos dibujos y grabados, son los primeros mapas celestes que existieron y aunque es difícil fecharlos e interpretarlos, por no existir entonces ningún tipo de escritura, nos han trasmitido información sobre el grado de abstracción que alcanzaron los pensamientos de aquellos primeros hombres y mujeres.


Al avanzar el tiempo surgieron las primeras sociedades agrícolas, que sin duda para organizar sus actividades productivas, crearon ideas sobre el tiempo y el espacio basadas en la observación que hacían de los astros. 


Hace unos cinco mil años en la región conocida como Mesopotamia, destacaron los sumerios, quienes por razones utilitarias crearon el primer sistema de escritura conocido, formado por caracteres cuneiformes que eran grabados sobre tablillas de barro. 


Hasta el presente han llegado muchas de ellas, incluso algunas que contienen información astronómica entre las que hay unas cuantas que son verdaderos mapas celestes. Unos tres mil años atrás, los pobladores de aquella zona habían alcanzado suficiente conocimiento sobre el movimiento de los cuerpos celestes, como para darse cuenta de la trayectoria que anualmente parecía seguir el Sol en el firmamento. 


Esa región del cielo fue la que dio origen a lo que ahora llamamos Zodiaco, pero en aquellas lejanas fechas estaba dividida en dieciocho signos o grupos estelares, tal y como muestran representaciones que han sobrevivido de aquella antigua sociedad.


La cultura mesopotámica influyó en los distintos pueblos que fueron surgiendo en la región del Medio Oriente y de la Europa que rodea al Mediterráneo. Así llegó hasta los griegos, que tomaron sus ideas astronómicas y las llevaron más lejos. Ese fue el caso del Zodiaco, que los habitantes de la Hélade adoptaron a su propia mitología, reduciéndolo a doce signos, que son los que han llegado hasta el presente. Pero además, dividieron la parte de la bóveda celeste que era posible ver desde Grecia en 48 constelaciones, lo que ha quedado plasmado en una escultura de mármol donde se representó el globo celeste que como castigo, el titán Atlas tenía que cargar sobre sus espaldas por acaudillar una rebelión contra los dioses del Olimpo. 


Conocida como el Atlas de Farnesio, se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Italia y en efecto, sobre ese globo está esculpido un mapa celeste de aquel lejano tiempo.

Universo mucho más rico y complejo
Durante el largo período de la Edad Media, en lo fundamental los mapas celestes estuvieron basados en las 48 constelaciones que en siglo II de nuestra era, sistematizó el gran astrónomo griego Tolomeo, o bien, en la representación aristotélica de las esferas concéntricas que envolvían a la Tierra, conteniendo a los planetas, el Sol, la Luna y a las “estrellas fijas”, llamadas así porque la posición relativa entre ellas no cambia. 


Esos esquemas celestes cambiaron al finalizar el siglo XV y comenzar el XVI, cuando los navegantes europeos cruzaron el ecuador y vieron el cielo austral por primera vez, descubriendo nuevas estrellas y objetos difusos de aspecto nebuloso. Los mapas del firmamento de entonces, tuvieron que ser ampliados para incluir aquellos astros y objetos desconocidos, haciéndose necesario crear nuevas constelaciones.


Más avances se lograron en los primeros años del siglo XVII, cuando Galileo Galilei, Thomas Harriot y otros más, dirigieron los telescopios al cielo para escudriñarlo, encontrando una riqueza estelar que hasta entonces era inimaginable, pues a cualquier parte de la bóveda celeste a la que dirigían esos aparatos, encontraban estrellas y otros objetos celestes que no se habían visto antes. 


Cuando Galileo publicó en 1610 el Mensajero Celeste, incluyó en él dibujos de los satélites de Júpiter, de las fases que presenta el planeta Venus, de los diferentes accidentes que muestra la superficie lunar, así como un número importante de estrellas de la constelación de Orión y de la Vía Láctea que a simple vista no eran observables. Todo eso condujo a la creación de nuevos mapas celestes, que hechos con información obtenida a través de los telescopios, mostraron un Universo mucho más rico y complejo. 


Surgieron así la Selenografía y la Uranometría, ramas de la Astronomía encargadas del estudio y representación de la superficie lunar y de la cartografía estelar respectivamente. Conforme fueron mejorando los telescopios, los estudios en estas dos disciplinas avanzaron, así por ejemplo después de los primeros mapas telescópicos lunares hechos por Galileo, Harriot, Kepler y Scheider, el mapa de la Luna de Claude Mellan publicado en 1636 resultó más exacto, pero pronto fue superado por el que Michael van Langren dio a conocer en 1645. Dos años después Johannes Hevelius publicó su Selenographia, obra en la que incluyó diversos mapas de la superficie lunar, que por su detalle en el dibujo,  volvieron a esa obra un clásico, introduciendo una nomenclatura que sigue en uso.

El avance en la astronomía 
La Astronomía no fue ajena a las luchas religiosas que ocurrieron en Europa durante los siglos XVI y XVII, las cuales quedaron plasmadas en algunos de los mapas celestes que se publicaron durante ese tiempo. En 1627 Julius Schiller presentó su obra Cielo Estelar Cristiano, donde proponía cambiar los nombres de todas las constelaciones originadas en la Antigüedad y que fueron recopiladas por Tolomeo, por nombres de santos de la Iglesia Católica, sin embargo, la tradición impuesta por más de mil años fue tan fuerte, que dicha propuesta no prosperó, a pesar de los bellos mapas que imprimió ese personaje. Algunos años después Andreas Cellarium publicó su Atlas Celeste y Harmonía Cósmica, que vio la luz en 1660. Los mapas de las constelaciones clásicas que presentó, son verdaderas obras de arte, por lo que establecieron toda una escuela en la cartografía estelar, que solamente fue superada doscientos años después, cuando aparecieron los mapas que sin figuras sobrepuestas, reproducían con gran exactitud la distribución y posición de las estrellas en todo el cielo, tal y como se veían a través de los nuevos telescopios disponibles en la segunda mitad del siglo XIX.


Cuando finalmente la fotografía pudo aplicarse a los estudios del firmamento, comenzaron a hacerse mapas que registraban en placas fotográficas de larga exposición, las posiciones y brillos de cientos de miles de estrellas, información que permitió a los astrónomos avanzar en la comprensión de la estructura de nuestra galaxia y de la posición que el Sol y por tanto el Sistema Solar, ocupan dentro de la Vía Láctea, que es nuestra galaxia.


Las nuevas tecnologías han permitido poner en órbita telescopios que desde el espacio están cartografiando millones de estrellas, brindando así información que seguramente permitirá una mejor comprensión del lugar que ocupamos en el Universo y aunque ya los mapas celestes no poseen la belleza del pasado, sin tienen una exactitud nunca alcanzada hasta ahora.

*Astrofísico e investigador del Instituto de Astronomía, campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
mam@astro.unam.mx

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