Cine todos los días

Navajazo

domingo, 3 de junio de 2018 · 00:02

Por Miguel Núñez*

El apocalipsis alcanzó a Tijuana. Dos vatos se pelean por “20 bolas”, el Happy Face tiene tatuada una carita feliz en la punta del pene, el Muerto de Tijuana toca cumbias satánicas y un pornógrafo gringo hace audición para una película de amor. Este es el submundo de la icónica ciudad fronteriza que retratan el director Ricardo Silva y el cinematógrafo Adrian Durazo en Navajazo (2014).

Esta es una cinta que en 75 minutos reta las convenciones estéticas y éticas del cine. Desde su realización se ha polemizado si se trata de un documental, una ficción o una etno-ficción. Esto debido a que los protagonistas de Navajazo no son actores, sino personajes de los sectores más marginales de Tijuana. Sin embargo, escenas como una riña callejera, encuentros sexuales y el uso de drogas son dirigidas por Ricardo Silva.

Lo cierto es que el cine documental, según su acepción original, hace referencia a fragmentos extraídos de la realidad. Y Navajazo puede considerarse un documental social ya que “no explica una historia con actores sino trata con aspectos del mundo real que contienen cierto drama e importancia” (Una Nueva Historia del Cine Documental, Ellis y McLane, 2005).

Submundo tijuanense

La candidez del submundo tijuanense es personificada por el “Pepenador de juguetes” y el “Muerto de Tijuana”. El primero asegura que su esposa recién fallecida se comunicaba con él a través de algunos de sus miles de juguetes destartalados. El segundo viste de negro, tiene las uñas pintadas de colores y el rostro blanco. Ameniza las calles tocando cumbias satánicas en su teclado, junto a un cartel con “Los nuevos mandamientos de Tijuana para el mundo”.

Estos personajes de la vida real, más extraños que la ficción, son los regalos del cine documental. Lo absurdo de sus mundos nos hacen cuestionar la sensatez de nuestra realidad aspiracional clasemediera. En cambio, cuando Navajazo desciende a los inframundos de la drogadicción y la prostitución llega a desafiar la ética del documentalista y el espectador.

La secuencia comienza como una conversación trivial entre un hombre y una mujer caminando por el canal de Tijuana. Él le dice que tiene suficiente droga para los dos. Ambos se meten debajo de una carpa, él alega que es mucho mejor inyectarse que fumar y ella confiesa que se le acabaron las venas y que por eso prefiere fumar. La escena culmina con una felación. Para entonces, como espectadores hemos empatizado con ambos personajes. En eso la mano del camarógrafo o el director entra a cuadro para pedirle a ella que se acomode y poder tener una toma más clara de cuando realiza sexo oral.

En ese momento se rompe la ilusión de realidad creada en el documental y como espectadores somos conscientes de estar utilizando a ambas personas para nuestro morbo o divertimento. Es como si la aparición de dicha mano nos despertara de la comodidad de nuestro asiento. Y aquí es cuando Navajazo lleva la situación al terreno de lo absurdo sobreponiendo el título de Crack Whore Confessions sobre la escena de sexo oral. Indudablemente, surge la pregunta sobre si es ético grabar a estas personas que viven en una situación vulnerable o si esta película está pasando por encima de su dignidad.

Amada y odiada

En innumerables ocasiones el director ha sido claro que los actos sexuales y el pleito en la película son consensuados y se les pagó a las personas tal como se le paga a actores por hacer su trabajo, como se les pagó a los protagonistas de un video home por hacer una escena de pasión sobre el cofre de un auto bajo la lluvia artificial o como un pornografo logra su sueño de hacer una película porno con amor grabando a una prostituta y su novio.

En estos casos el juicio ético recae en el realizador, aunque hábilmente logra compartir dicha responsabilidad con el espectador. Al dejar que se asome de vez en cuando el micrófono o se escuche la voz del director, el espectador se hace partícipe consciente de la grabación. En este caso tiene tanto la responsabilidad el que graba como el que está viendo lo que se grabó.

Aunque vale la pena rescatar la honestidad del relato, Ricardo Silva no juzga a sus personajes ni impone cuestionamientos morales sobre ellos. Se atrevió a entrar a estos terrenos como pocos lo han hecho. Ésto como resultado de trabajar como reportero de la nota roja, luego consiguiendo panelistas para talk shows y de estudiar Sociología.

De forma consciente o no, exhibe algunas de las aspiraciones inútiles de nuestra sociedad como el querer “ser diferente” o el anhelo de riqueza. El Happy Face cuenta que cuando estaba en la cárcel quería ser diferente que todos los demás, por lo que decidió hacerse un tatuaje en la punta del pene. Mientras en una casa abandonada, un joven rapero confiesa que alucina con tener dinero. 

Toda esta amalgama de personajes, formatos y temáticas funciona gracias al trabajo de edición de Omar Guzmán y Julia Pastrana. Hábilmente enmarcan la película con una narración que describe un presente apocalíptico con imagenes de archivo de fiestas familiares y un lamento por parte del músico Albert Plá.

Amada y odiada por la crítica. Lo cierto es que Navajazo no deja a ningún espectador sintiéndose indiferente. Para el crítico de cine Erick Estrada es una referencia obligada para entender el cine mexicano que se ha hecho en los primeros 15 años de este siglo.

Navajazo fue ganadora del Premio Cineastas del Presente en el Festival Internacional de Cine de Locarno, Premio del Público en el FICUNAM, Premio Kukulkán en el Riviera Maya Film Festival, Premio a Mejor Película en el Festival de Cine de Durango y nominada al Ariel por Mejor Documental.

*Cineasta de Mexicali, director de la película Levantamuertos.

 

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