El poder de la poesía

domingo, 22 de julio de 2018 · 00:00

Por Luis Damián Garibay*

La poesía tiene muchos poderes. La palabra es una forma de  revelar los misterios de la vida. La poesía tiene innumerables efectos secundarios en quienes la escriben y leen.  Hoy quiero hablarles de uno de ellos. Uno que tuvo un impacto en mi vida.

Fue en mi adolescencia turbulenta: los desencuentros amorosos; el rompimiento de lo que creía era el inicio de una nueva identidad; los problemas en casa y un sinfín de aventuras y desventuras que se dieron en la preparatoria, fueron motivo para buscar un mecanismo que me ayudara a darle nombre al intempestivo licuado de sentimientos que querían estallar en mí.

Y cuando leí a Hermann Hesse, Jack Kerouac, Friedrich Nietzsche, Arthur Rimbaud, Edgar Allan Poe y Jim Morrison, encontré que los poetas además de invocar fantasmas con las palabras y liberar la belleza con ellas, tenían un estilo de vida que los hacía completamente únicos.

Las lecturas de estos y otros escritores ya habían fertilizado mi pensamiento, cuando al ver la película El Lado Oscuro del Corazón, escrita y dirigida por el argentino Eliseo Subiela y protagonizada por Darío Grandinetti, interpretando al poeta Oliverio,  me provocaron que quisiera recitar mis poemas a la gente que me encontrara en la calle.

Comencé a declamar poemas en microbuses, bares, cafés, parques y los jardines de la universidad donde acababa de ingresar. La gente se sorprendía, se reía, guardaba silencio, aplaudía, ofrecía monedas y a algunos hasta les escurría alguna lágrima.

Las manos me temblaban, el corazón galopaba, las palabras se imponían al escenario improvisado. Y así, como el personaje Oliverio, del Lado Oscuro del Corazón, jugaba a hacer poeta en un mundo donde la rutina, la prisa y el aburrimiento, aceitaban los engranajes de una ciudad.

En una ocasión, me subí a un camión de la ruta Cortez- Porpular 89. Se trasladaban jóvenes, mujeres y hombres cuyos rostros cansados me hicieron suponer que regresaban de sus trabajos. Ya arriba,  sujetándome con una mano de uno de los tubos, parado en medio del pasillo, ante los pasajeros que en primera instancia parecía que no les interesaría nada de lo que dijera, comencé a declamar, con mi otra mano dibujando en el aire los versos, con el temor de quizás recibir abucheos por parte de los muchachos.

Pero supuse mal, pues luego de recitar los poemas, todos aplaudieron, sonrieron, varios me ofrecieron monedas y uno de los chicos se me acercó para pedirme recomendación sobre libros de poemas pues quería comenzar a leer y escribir poesía. Le recomendé una lista y me quedé con la esperanza de que sí se hubiera involucrado en la literatura después de ese momento.

Poeta viajero

Un día, un día de locura diría yo, me dio la necesidad de visitar otra ciudad viajando de auto stop. Salí de la oficina a eso de las tres de la tarde y levantando el pulgar en dirección al cielo, me transporté a la ciudad de Tecate en autos y un tráiler que llevaban aquella dirección.

La verdad es que no llevaba dinero ni conocía a nadie en ese municipio. Fue un poderoso impulso que quizás me inspiraron los viajes del famoso escritor norteamericano Jack Keroauc que recorrió de aventón casi todo su país y parte de México, lo que me impulsó a moverme por la carretera sin un destino fijo aquella tarde.

Para conseguir dinero para comer y comprar un boleto de regreso, al comenzar a anochecer, luego de que me bajó la euforia de viajero poeta, recité poemas a la gente de Tecate que me encontraba en la vía pública y, gracias a ello, sí, gracias a los poemas, pude regresar a mi casa  y no tener que quedarme a dormir en una banca de un parque.

La lectura y escritura de la poesía tuvo efectos secundarios en mi persona que  han valido mucho la pena. Si se dejan llevar por ella, créanme, podrán experimentar sus propias aventuras y agregarle significado y acción a sus vidas.

*Sociólogo y promotor cultural.

Twitter: @luisdamian141

damian142014@gmail.com

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