GATUPERIO

ANECDOTARIO INCONCLUSO…

Por Gerardo Sánchez García*
sábado, 11 de agosto de 2018 · 14:17

Hace algunos años -muchos, por cierto-, inicié la elaboración de un anecdotario político y periodístico de Ensenada.

El proyecto quedó abandonado -y seguramente así seguirá-, pero hace una semana obligado por la falta de espacio, las amenazas conyugales y una plaga de termitas, tuve que remover montañas de papeles-expedientes y seleccionar documentos -algunos de los cuales, por cierto, terminaron en el Archivo Histórico-, y re-surgieron algunos de esos empolvados teclazos vespertinos que recogen anécdotas de las cuales comparto un trío de tres.

 

Requisito: mínimo, dos muertos

Minutos antes de que el diario inicie el proceso de impresión, el reportero novato reporta vía telefónica al jefe de información sobre un terrible accidente carretero recién ocurrido.

“¿Cuántos muertos?”, responden al otro lado de la línea.

“No hubo muertos, sólo varios heridos”, dice nervioso el informante.

“Mira muchachito –dice con enfado el jefe de información-, para cierres de edición sólo avísanos cuando haya de dos muertos para arriba”.

 

La radio milagrosa

Recién egresados de la Academia de Policía dos agentes municipales se enfrentan a tiros con igual número de narquillos.

En la balacera, uno de los disparos acierta al primer policía que salió de la patrulla.

Casualmente, el tiro pega en el viejo radio portátil que cuelga del cinturón del gendarme.

Ocurre entonces el prodigio, la suerte o el milagro: la bala queda ahí atrapada, cautiva, presa entre alambres, transistores y la última cubierta de plástico.

Los agentes detienen a los narcos, los consignan, presentan su reporte y luego desaparecen de la comandancia por unos minutos.

Al preguntarles el reportero donde han estado, dicen con un extraño acento, mezcla de orgullo, miedo-alegría y timidez que fueron al Santuario de Guadalupe a dar gracias por haberse salvado.

Destrozado e inservible, el aparato de radio queda ahí como testigo de que la frecuencia en que se transmite los designios de Dios a veces tiene una precisión milimétrica.

 

Policía y consejero matrimonial

Con porte altanero y prepotente un hombre espera en la oficina del Comandante de la Policía Judicial. A su lado, una asustada mujer con los ojos rojos por el llanto y el rostro cubierto de raspones y moretones.

Entra el jefe policíaco, Gustavo Romero Meza, de aspecto fiero, robusto como un oso y una larga fama de hijo de la rechingada.

Sin decir palabra, se sienta y revisa el parte informativo colocado en su escritorio. Mira a la pareja.

Sin terminar de leer el reporte, furioso arroja los papeles, desenfunda un enorme revolver con cachas plateadas y se dirige al hombre que mantiene su actitud de perdonavidas.

“¡Óyeme cabrón a una mujer no se le pega!, aquí mismo le pides perdón, porque si ya no la quieres, pos la dejas, pero si la vuelves a golpear yo mismo te mato’’.

Temblando, el aludido mira al mismo tiempo al comandante, la pistola y a la mujer, mientras se atropellan torpes, confusas las palabras de unas disculpas incomprensibles.

“Puede irse señora, avíseme si hay algún problema”, dice el jefe policíaco guardando nuevamente el arma, mientras explica al reportero y testigo casual del incidente:

“Ya ni la chingan, ora hasta de consejero matrimonial tengo que hacerle”.

 

*Periodista.

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