ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

De nortes y regiones en la antropología

Por Dra. Claudia E. Delgado Ramírez*
jueves, 12 de octubre de 2017 · 00:00

La semana pasada tuvo lugar, en el Campus de El Sauzal de la UABC, la XXXI Reunión de la Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, convocada bajo el tema El norte de México y el Sur de los Estados Unidos: de los espacios fluidos a los procesos posglobales. Investigadores y estudiantes de las distintas disciplinas antropológicas como la arqueología, la etnohistoria, la lingüística, la antropología física y la social, aportaron al enriquecimiento teórico y metodológico de los enfoques que permiten analizar y comprender, la diversidad cultural del norte en el complejo contexto de la posglobalización que caracteriza nuestros tiempos.

Quizás una de las reflexiones más persistentes en la reunión, vista a través de los títulos y presentaciones de simposios, ponencias y conferencias, es una que lleva buen tiempo circulando por el gremio, ésta es sobre la pertinencia de pensar un Norte, es decir, una región con características más o menos constantes que le den contenido específico a este enorme territorio. Claramente, una de las recurrencias más extendidas, incluso fuera del ámbito académico, es la regionalización propuesta por Paul Kirchhoff en 1943 sobre un extenso territorio homogéneo en términos de rasgos culturales bien definidos al que denominó Mesoamérica. La frontera norteña Mesoamericana marcaba la entrada a un territorio muy distinto en el cual los rasgos culturales eran otros asociados en gran medida, a la característica aridez que suponía este vasto territorio (incluía el suroeste y la porción central de los Estados Unidos) al que en consecuencia llamó Aridoamérica. Una década después, Kirchhoff establecería una región al interior de Aridoamérica caracterizada por el desarrollo de la agricultura en diversos complejos culturales; esta región interior fue nombrada Oasisamérica precisamente por tener diversos oasis con sociedades agrícolas asociadas. Sin duda, esta regionalización ha sido apropiada para un sinnúmero de investigaciones sobre el norte de México, no obstante los procesos y fenómenos sociales y culturales contemporáneos nos obligan a reflexionar y pensar en otras formas de regionalización que sean más coherentes con el estado de la realidad actual.

Por ejemplo, hasta hace unos cincuenta años las poblaciones indígenas que constituían los grupos kumiai, cucapá, kiliwa, pa ipai, pápago, seri, yaqui, mayo, guarijío, pimas y tarahumaras, ubicados (históricamente) en lo que consideramos el noroeste de México, eran casi las únicas y se conocían como los grupos indígenas tradicionales, “originarios” en la región. Ahora, es imposible pensar el noroeste indígena en estos términos pues las poblaciones indígenas de otros grupos considerados “originarios” de Mesoamérica, como los mixtecos, los triqui, los náhuatl, los zapotecos y los purépecha (sólo mencionando algunos) constituyen incluso mayorías indígenas en este estado y son los únicos grupos indígenas en Baja California Sur. Aunque las lenguas indígenas que más se hablan son el mayo y el yaqui en Sonora y el tarahumara en Chihuahua, la presencia de población indígena náhuatl, mixteca y triqui es parte ya de la multiculturalidad indígena que caracteriza al noroeste. Y apenas empezamos a ejemplificar sobre el noroeste mexicano… Si pensamos en las diversas rutas migratorias que trascienden la frontera al norte, en las diversas microrregiones, barrios y ciudades compuestas mayoritariamente por población indígena y no indígena pero igualmente mexicana en algunos de los estados del vecino país, como California, tenemos una confluencia por demás compleja e interesante y entonces ¿cómo pensar la región? Flujos, conexiones, redes, mezclas, reivindicaciones y reinvenciones culturales, todo esto caracteriza hoy al norte y dentro al noroeste, expandiendo las fronteras regionales. El reto es delimitar estas nuevas fronteras antes de que sean de nuevo obsoletas.

* Inv. Cinah-BC/EHANM

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