LA BRÚJULA

Guerras e intolerancia

Por Heberto J. Peterson Legrand
lunes, 27 de noviembre de 2017 · 00:00

Hemos transitado casi un año más y seguimos hablando tanto de los derechos humanos y de la dignidad de la persona humana y, sin embargo, es impresionante las guerras que han azotado nuestro planeta en este tiempo; los serios problemas de xenofobia, racismo y fundamentalismo que tienen como sustento, cuestiones económicas en algunos casos y en otros, la intolerancia, que hunde sus raíces en la intimidad del hogar donde no se educa con el valor encarnado de la tolerancia; en las instituciones educativas que deben ir más allá de transmitir conocimientos y si formar en la tolerancia; en las instituciones religiosas y en los gobiernos que, como instituciones rectoras, deben tomar conciencia de que se vive en la pluralidad y deben ayudar a que la sociedad madure en el camino de la tolerancia.

Una sociedad democrática reconoce lamentablemente no siempre sucede) la diversidad; reconoce la dignidad de la persona humana y su derecho a pensar y a ser diferente. La sociedad no es algo ya hecho y por eso debe estar abierta a la autocrítica, fomentar el diálogo. Los intolerantes quieren homogeneizar o uniformar a la sociedad, consideran como enemigo al que piensa diferente; son intransigentes y consideran su postura como la única que vale, algunos son muy agresivos, violentos y no están dispuestos al diálogo, son incapaces de abrir la mente para ver que de verdad aporta o no el otro.

Urge educar en la tolerancia y para la tolerancia, pues si no lo hacemos estamos sembrando las semillas cuyos frutos los estamos viendo en otros pueblos sumidos en las guerras, la discriminación y el atropello a sus derechos humanos.

La tolerancia no puede quedarse como un concepto abstracto, no es un ejercicio teórico, ésta debe encarnarse en cada uno de nuestros actos. Se debe promover la cultura del diálogo, la de interesarnos por el otro, la de saber ponernos en el lugar del otro; una cultura que nos invite a valorar lo nuestro pero también abrirnos para conocer la cultura de los otros, sus valores, sus costumbres, sus derechos etcétera.

A mí me preocupa, no el que unos piensen diferentes a otros, sino las actitudes que se asumen, con las cuales se han terminado amistades, se han fragmentado familias por actitudes autoritarias, fundamentalistas.

La tolerancia, desde luego, tiene sus límites. No podemos ni debemos tolerar el atropello a los derechos de la persona, la proliferación del narcotráfico y todas aquellas acciones que ponen en peligro la vida de personas o pueblos enteros. Tolerar no es cerrar los ojos frente al mal y dejar de señalarlo...¿entonces para qué la educación?

Hay muchos que se dicen liberales, de mente abierta, progresistas etcétera y sus actitudes dejar mucho que desear, hablan de tolerancia, pero son violentamente intolerantes con la palabra, con el discurso, con el escrito.

El camino por el que debemos transitar para que las futuras generaciones vivan un clima de armonía, justicia y paz verdadera, es el del hogar y el de las aulas.

No se ha educado nuestro corazón para tener misericordia hacia los demás, por ello los pueblos se ponen en guerra poniendo en peligro (por los arsenales de armas con que hoy se cuenta), el destino de la Humanidad.

Si no educamos en la tolerancia, no lograremos el diálogo, si no hay diálogo el único camino que se conoce es la guerra, si no educamos en valores el fin justificara los medios.

Debemos cambiar el corazón del hombre, humanizar las estructuras y que este ser pensante reflexione profundamente sobre el sentido de su Vida. Hay que educar para una cultura de la vida y no de la muerte.

El no estar de acuerdo con la intolerancia no quiere decir que estemos aceptando un mundo permisivo donde la inmoralidad y las actitudes exhibicionistas de algunos sean aceptadas.

Además debemos saber que es un derecho humano y que no lo es ya que hoy en día se le quiere llamar derecho a todo.

Que lejano esta el “Amaos los unos a los Otros”. Amar no es equivalente a querer darle gusto a todos para quedar bien con todos. Hay que amar pero a su vez ser congruentes con nuestros valores.
 

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