ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

Globalización, reestructuración productiva y feminización del trabajo asalariado

Por Enrique Soto Aguirre*
jueves, 14 de septiembre de 2017 · 00:00

El proceso de feminización de la fuerza de trabajo en el norte de México ha tenido lugar principalmente a partir de la instalación de la industria maquiladora en la región; desde hace décadas, importantes contingentes de mano de obra tanto local como emigrante de otras regiones del país, se ha visto atraída por la oportunidad de empleo en este sector en el cual ha tejido una serie de relaciones sociales, de forma que este entorno laboral se convierte en el eje que determina sus proyectos y expectativas de vida. La consolidación del sector ha observado una serie de cambios y continuidades observados por las propias trabajadoras en su entorno laboral en el que se incluyen las relaciones de género como un factor preponderante en la cotidianidad laboral.

La investigación académica ha resaltado la importancia de la inclusión de las mujeres en el mercado de trabajo del sector desde sus inicios. Se ha resaltado una realidad de esta inclusión, las mujeres se insertan en los segmentos iniciales de la cadena de producción de las plantas de manufactura y ensamble, mayormente como obreras de línea. Sin embargo, el análisis de las trayectorias laborales de algunas trabajadoras quienes con el tiempo y la experiencia pudieron acceder a trabajos como jefas de grupo o de línea, supervisoras y en los últimos años ocupando en muchos casos los niveles gerenciales; se evidencia también un papel más activo respecto de la lucha por el mejoramiento de las condiciones laborales, logrando posicionarse en muchos casos como líderes sindicales.

Literatura más reciente, que analiza la instalación de plantas maquiladoras en otras regiones al sur del país, décadas después de que sucediera en el norte, consigna que a su llegada las plantas de manufactura, replicaron los mismos vicios que en el norte, ubicando la fuerza de trabajo femenina en espacios de trabajo intensivos en esfuerzo físico, repetitivos, de escasa calificación y magra remuneración; en estas circunstancias también se reproducen las mismas contradicciones del modelo de industrialización: mucha explotación y poco desarrollo social, rasgos que se observaron en sus inicios en el norte. Siguiendo esta lógica, se destaca el hecho de que las mujeres deben doblar esfuerzos en el trabajo pues las circunstancias para los dos géneros no son las mismas.

De esta forma, es evidente que la inserción masiva de las mujeres al trabajo asalariado ha puesto de relieve una serie de barreras que se oponen a su crecimiento laboral y profesional, así como los regímenes de desigualdad que operan en las instituciones productivas pues en casi todas las organizaciones operan sistemas de desigualdad que generan inequidades y disparidades en términos del acceso al poder, los recursos así como al control y diseño de objetivos y resultados de las firmas. En términos ideológicos, los controles establecidos por las organizaciones se traducen en controles de clase, dirigidos a mantener el poder de los supervisores, quienes se aseguran que las empleadas consigan alcanzar los estándares fijados y a su vez obligándolas a aceptar el sistema de desigualdad establecido.

Algunas evidencias apuntan a que en los países donde se opera un proceso de reestructuración productiva y de ajuste económico, las barreras puestas al desarrollo de la mujer en el trabajo tienden a disminuir. A lo anterior se suma el hecho de que los niveles de escolaridad de las mujeres de estas regiones han rebasado al promedio de los hombres lo que contribuye a eliminar los mecanismos de segmentación basados en una división sexual. Evidentemente quienes más conscientes están de ello son las mismas mujeres.

* Investigador EAHNM-InahBC
 

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