LA TURICATA

La noche en que Carrillo se murió

Por José Carrillo Cedillo
sábado, 13 de octubre de 2018 · 00:00

Una noche, en lo más alto de la sierra de Oaxaca, mi esposa y yo nos detuvimos (íbamos a Puerto Escondido), pues el auto ostensiblemente se había calentado al despedir columnas de humo, bajé y abrí el cofre y en eso levante la vista al cielo. Y el impacto que recibí al ver la vía láctea marcó mi vida para siempre; nunca la había visto, pues crecí en la jungla de asfalto siempre iluminada. Ante tan apabullante visión concluí que no soy nada, un grano de arena es un mundo junto a mí. Es un espectáculo sobrecogedor, recordé a los griegos que le pusieron ese nombre, y lo corta y efímera que es nuestra vida. Y sé que estamos formados por átomos que vinieron de las estrellas y que al morir, mi cuerpo se descompondrá a tal grado que regresaré los átomos que tengo prestados y estos quizá vuelvan de donde vinieron.

Cuando nos vayamos, a lo más que podemos aspirar es aparecer en una vieja foto colgada en la sala por una nieta a quien le recuerde las caricias que en alguna ocasión le brindamos.

Por todo lo dicho, pienso en lo banal de algunas de nuestras rencillas, y la ostensible incapacidad de mantener relaciones humanas satisfactorias y nos dejamos vencer por nuestro ego y nuestra avaricia, olvidándonos de que nuestra vida es pasajera y que en el tiempo y el espacio no somos nada.

Somos un mínimo eslabón de una larga cadena de las herencias de nuestros ancestros.

El pasado está ahí y no se puede cambiar, el presente es ilusorio y el futuro es incierto.

Egón Kierkegard dijo que vivimos la vida hacia adelante, pero la entendemos hacia atrás.

Siddhartha Gautama dijo: “feliz aquel que ha superado su ego”.

Creo que somos gente desconfiada, pensamos que si se nos acerca alguien es porque algo quiere de nosotros. Tenemos que confiar en que toda la gente es buena, dejar atrás nuestro mal humor, la desconfianza y la gratuita agresividad para con los demás.

Recuerdo gratísimas sonrisas que me dedicaron sin conocerme bellas personas en otros países, y me preguntaba: ¿por qué los mexicanos no somos así? Sí, he leído sesudas tesis tratando de explicarlo, pero pensemos por un momento, como dijo Judas: ¿acaso seré yo? La autocrítica es un sano ejercicio si se practica diariamente.

Y no caigamos en la autoindulgencia, es muy fácil engañarse.

A veces hasta pensamos que los que se mueren son los demás.

Contaré una “aición” particular como dice “la chancla”.

Me visitó aquí un amigo de la infancia, y entre muchas pláticas, me dijo que lo iban a operar y que el riesgo era muy alto, por lo que, por si acaso, había venido a despedirse de mí.

Desde luego que agradecí tan bello gesto, y hablando de la operación, me dijo que pensaba irse al cielo.

- ¿Cuál cielo?, le sorprendió mi imprudente pregunta.
- ¿Que no crees en el cielo?
- No existe tal cosa…
- ¿Y los fantasmas?
- Son imaginaciones, la psicología nos dice que uno ve lo que quiere ver…
- ¿Y cómo sabes tú?
- Es muy fácil, ¿quién sería la primera persona en regresar a saludarte?
- Se quedó pensando… mi mamá…
- ¿Y ha venido?
- No.
- Pues es porque el cielo no existe, cuando uno se muere ahí acabó todo. ¿Quieres otra prueba?
- Sí.
- El que se muera primero de los dos hacemos el compromiso de venir a jalarle los pies al otro, ¿sale?
- Aceptado.

Con todo el respeto a la memoria de mi gran amigo, falleció hace cinco años…

No somos nada…

jcarrillocedillo@hotmail.com

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