BAJO PALABRA

La maleta

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 16 de noviembre de 2018 · 00:00

Cuando trabajó en casas haciendo limpieza Tulita se encontró con historias guardadas en las habitaciones de todos esos lugares. Sucedió así que fue guardando en su memoria diferentes historias, alguna que hoy relato.

La señora Elisa Silva quedó sola una vez que su hijo y su nuera dejaron la casa en la que criaron a su familia al lado de su madre. Después de haber compartido con los nietos y su nuera casi veinte años, partieron a la costa por razones de trabajo.

Tulita joven dejando la adolescencia, disfrutaba de asear y recorrer los cuartos de la casona solitaria, muebles y ambientes recreaban tiempos idos. La recámara de la señora Elisa tenía muebles de madera oscura, fuertes, pesados. A los pies de la cama tenía siempre una banca acolchada con una maleta cerrada encima, la señora indicó que no debía de moverla de ese lugar por ningún motivo.

Un día, pasando la aspiradora por la gruesa y blanca alfombra del cuarto, Tulita movió el banco de la maleta, para hacerlo movió la valija y la dejó de lado, al final, antes de retirarse del cuarto la colocó en el armario.

Por la tarde, a la hora de la siesta la señora Elisa notó la falta de su maleta y llamó a Tulita: ¿Dónde está mi maleta? Dijo con lágrimas, aquí está señora, tomó la maleta y la puso sobre la banca. Aquí la tengo siempre lista, ¿sabes por qué? Mi padre llegó joven de Lisboa, es una ciudad importante en un país lejano. Acá encontró la forma de vivir tranquilo y en paz.

Se casó, nacimos, nos puso nombres portugueses, pero luego los mexicanizó, por ejemplo, yo me llamaba Eliss da Silva. Al principio no se acostumbraba a vivir lejos de su tierra, cuando las cosas no iban bien acá dijo que nos regresaríamos a Lisboa, hablaba tan bonito de su ciudad, no había mejores amaneceres, ni mejores noches que las de allá. Era muy bueno para hablar, nos emocionaba y contagiaba, hacía que evocáramos lugares en los que nunca habíamos estado, ni mi madre ni mi hermano. Hubo una temporada que sentimos que era tan cierto el viaje porque nos pidió que tuviésemos las maletas listas, cada quien preparó la suya, mi madre en un gran baúl guardó manteles y sábanas. Yo también hice mi maleta, tenía mi ropa importante, los zapatos preferidos, unos cuadernos, el suéter rojo que tejió mi abuela, una muñeca de trapo que quise mucho, tres libros.

Mi padre había dicho que debieran ser maletas ligeras porque cada uno iba a cargar su propio equipaje. No supe bien a bien que sucedió, sólo que cuando las fechas llegaron no se hizo ningún viaje, tiempo después, años después supe que mi padre recibió un pequeño aumento en la fábrica donde trabajaba y decidió quedarse. La verdad, no miré que él estuviera preparando nuestra partida, era un proyecto ideal al que nos mantenía ligados.

Yo guardé mi maleta hecha, cuando salí de la casa a estudiar primero y cuando me casé después siempre la mantuve conmigo, fui cambiando el contenido según el tiempo y mi edad. Me recuerda la emoción de tener una ilusión, la conveniencia de estar preparada y la importancia de cumplir una promesa o dar una explicación si cambias de opinión. Nada de eso tuve, la maleta me ha permitido vivir muy ligada a mi realidad, a mis posibilidades y algún sueño. No la muevas de lugar.

...

Comentarios