BAJO PALABRA

Viejos amores

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 9 de noviembre de 2018 · 00:00

Emilio iba a la farmacia Nueva Salud a comprar el medicamento para su esposa. Sofía había tenido un infarto cerebral la víspera del año nuevo, llevaba ya cinco meses postrada en cama y sin poder comunicarse con palabras. La nueva farmacia significó una gran ventaja para quienes necesitaban surtirse periódicamente de medicamentos y de otros artículos.

La empleada, Berta, una enfermera jubilada parecía disfrutar mucho de su empleo, era eficiente y de buen carácter, estaba contenta por tener una ocupación con un buen salario después de haber dejado de trabajar por varios años. Como persona mayor no pensó que encontraría empleo después de haberse quedado sola. Viuda y sin hijos la oportunidad la encontró en un antiguo jefe de hospital del tiempo de su vida activa profesionalmente.

Emilio estaba cerca de los ochenta años, fue mecánico especializado en camiones de carga en Estados Unidos. Tuvo un tiempo de auge económico y se retiró en México a vivir con su esposa a su ciudad natal. Gustaba de la música y la fiesta, junto a sus hijos y familias. Como persona de su tiempo vestía con cuidado, casi con distinción, de bastón y sombrero caminaba por su colonia con paso ligero. Se acostumbró pronto a ir a la farmacia y conversar un poco con Berta. Emilio la encontraba parecida a una de sus hermanas, le agradaba su risa.

A fines de año Sofía murió. Las visitas a la farmacia cesaron. Berta descubrió lo mucho que se había acostumbrado a las visitas y conversaciones con Emilio. Empezó por sentir un pequeño dolor en el recuerdo de lo compartido durante el año anterior, rememoraba anécdotas, palabras, cualquier tema que los hubiera hecho sonreír juntos. Se sorprendió de encontrarse emocionada imaginando en volverlo a ver.

Pasado un año apareció Emilio con un pequeño ramo de flores para Berta, quiero agradecerle por haberme acompañado todo este tiempo, pero si yo no le he acompañado, ni siquiera nos hemos visto, me ha acompañado en mi memoria, en mi recuerdo, esperé que pasara un tiempo para poder volver e invitarla a salir a caminar alguna tarde.

Transcurrieron los meses, sus encuentros se adelantaban en la imaginación, anticipaban el momento de saberse cerca, de escuchar los pasos por la calle hasta llegar a su puerta, Bertha tenía grabados en sus sentidos, la loción fresca de Emilio, su voz queda al saludarla, él emocionado imaginaba la sonrisa de la mujer y el gesto cordial de todo su cuerpo al recibirlo. Aprendieron a conocerse, sin pensar más allá, sólo el presente.

Emilio dijo un día: Berta yo la quiero, la quiero para compartir mi vida, para que sea mi compañera, mi esposa. Mire Emilio, lo que hacemos juntos es compartir la vida, somos compañeros, no quiero ser esposa. La amistad me parece un acto de amor más libre, más sano, seamos amigos. Yo soy de otro tiempo, no me gusta ser su amigo, le agradezco su sinceridad. No volvieron más a hablarse, ni a verse. El tiempo transcurrió y solamente quedó el recuerdo de aquellos meses compartidos. Ni tristezas ni acasos. El “para siempre” se cumplió pronto en ellos.

hada5.ceniceros@gmail.com
 

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