BAJO PALABRA
Golpe de aire
Por Hadassa Ceniceros
Ando descalza entre habitaciones
un sonido silbante se filtra entre ventanas
son las grietas viejas de una años a casa
entre ellas se filtra un viento espeso.
Es invierno ya, las noches claras y estrelladas
parecen reflejos en cristal y diamantes donde el
hielo retiene sin medida la luz breve del día
amanece sin advertirse la noche transcurrida.
De una estancia a otra el viento trae a mis pies
setenta años
con sus mañanas y noches
con encuentros y muchas despedidas
entre murmullos añejos de risas y sollozos
revuelta la memoria en otros aires de vida
con la primera aspiración de primaveras y
los recuerdos de miradas nuevas y amores de estreno.
Llegan hasta calar los huesos evocaciones del amor
lejano entretenido en el contar oleajes y encontrar las
semillas a una uva.
Llegan tristezas viejas, se enredan en suspiros
vienen también los tibios recuerdos de besos infantiles,
de risas que traspasan los muros del olvido
recuerdos de quién era o quién sería
Sin siquiera advertirlo, lloro
mi cuerpo se estremece ante el
inexistente acto de perderme
pienso en mi muerte, es el frío
quizá el insomnio y la negrura anterior a
la alborada,
puede ser,
de mi cadáver no tengo aún memoria
sólo la hora y tal vez un martes
no lo sé.
No quiero que haya lluvia, que nadie
diga que el cielo está llorando.
Quizá que alguien evoque lugares conocidos
no comunes.
Pero eso llegará en el instante justo
hoy sólo pienso y leo
luego escribo y al terminar
otra vuelta más al reloj en continuo movimiento
la arena se desliza a veces con tedio
otras con prisa, nunca cesa y yo
me miro desde lejos reconozco mi cuerpo
y sus contornos
busco abrigo y calor
el sol se enciende en una suave flama
discreto entren las nubes.
Es invierno.
un sonido silbante se filtra entre ventanas
son las grietas viejas de una años a casa
entre ellas se filtra un viento espeso.
Es invierno ya, las noches claras y estrelladas
parecen reflejos en cristal y diamantes donde el
hielo retiene sin medida la luz breve del día
amanece sin advertirse la noche transcurrida.
De una estancia a otra el viento trae a mis pies
setenta años
con sus mañanas y noches
con encuentros y muchas despedidas
entre murmullos añejos de risas y sollozos
revuelta la memoria en otros aires de vida
con la primera aspiración de primaveras y
los recuerdos de miradas nuevas y amores de estreno.
Llegan hasta calar los huesos evocaciones del amor
lejano entretenido en el contar oleajes y encontrar las
semillas a una uva.
Llegan tristezas viejas, se enredan en suspiros
vienen también los tibios recuerdos de besos infantiles,
de risas que traspasan los muros del olvido
recuerdos de quién era o quién sería
Sin siquiera advertirlo, lloro
mi cuerpo se estremece ante el
inexistente acto de perderme
pienso en mi muerte, es el frío
quizá el insomnio y la negrura anterior a
la alborada,
puede ser,
de mi cadáver no tengo aún memoria
sólo la hora y tal vez un martes
no lo sé.
No quiero que haya lluvia, que nadie
diga que el cielo está llorando.
Quizá que alguien evoque lugares conocidos
no comunes.
Pero eso llegará en el instante justo
hoy sólo pienso y leo
luego escribo y al terminar
otra vuelta más al reloj en continuo movimiento
la arena se desliza a veces con tedio
otras con prisa, nunca cesa y yo
me miro desde lejos reconozco mi cuerpo
y sus contornos
busco abrigo y calor
el sol se enciende en una suave flama
discreto entren las nubes.
Es invierno.
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