CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

De Turín, el caballo de Pomar*

Por Rael Salvador
viernes, 16 de febrero de 2018 · 00:00

Como el de Turín, el caballo de Elena Pomar profundiza en guardar un trágico eclipse filosófico: la locura de Nietzsche. En su configuración de mapa nocturno -tinta que discurre sobre el papel- se observa la desesperación del trote manual, como si cabalgáramos el infinito plano secuencia de Béla Tarr.

Quien conoce los trabajos del director húngaro, sabe que la insistencia, sostenida en el objetivo (sin por ello anular la acción), es un recurso que ofrece fulgor intransitivo al arte.

Lo mismo sucede con el trazo de Pomar.
Es 1866, otro jumento aparece en escena. Es el sueño de Dostoievski en Raskolnikov, el personaje de “Crimen y castigo”, que toma el nombre de Rodia, de 7 años, y quien observa el castigo y el crimen de un caballo escuálido por parte de una horda de borrachos. El brutal sacrificio, a golpes de hierro, hace presente a Rodia el espinazo partido de la débil bestia y anticipa la reacción de Nietzsche al abrazarse al cuello agonizante para limpiar la sangre con sus propias lágrimas de dolor. “El pobre niño está fuera de sí -describe el ruso. Lanzando un grito, se abre paso entre la gente y se acerca al caballo muerto. Coge el hocico inmóvil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos…”

Los seres humanos tenemos el guión escrito a partir de las penas de nuestros antepasados. Se llama psicogenealogía -teoría del Eterno Retorno-, y es precisa como una enfermedad genética.

El 3 de enero de 1889, día que amenaza borrasca, el filósofo alemán, conmovido, observa a un cochero golpear cruelmente a su caballo…

-¡Hale! ¡Yeeaaahhh! ¡Arre!- y restalla el látigo con el placer de un disgusto evidente.

Inamovible, abrazado a él, lágrimas que bautizan de oscuridad la demencia, pierde la cabeza. Sabemos lo que acontece a Nietzsche, pero nada aventuramos del caballo de Turín.

El llamado testamento de Béla Tarr nos lo revela: la bestia que consoló el autor de “El ocaso de los ídolos” desmejora, enferma, tras su fuga mental… Él había pedido disculpas en nombre de toda la humanidad. La grandeza de un acontecimiento transforma su piedad en infierno.

En blanco y texto, silbido ciego, el viento es la música argenta con la que se vive la soledad sumada a la desgracia. Secos de alma, como la arenisca que golpea y el pozo que se marcha, el arriero manco y su hija mecanizan la existencia en un vulgar ritual de sobrevivencia. La muerte es así, el lento paso de un mal sueño. El espasmo de un cadáver sobre una granja.

Discurso del hombre botella en El caballo de Turín (2011): “Sin música, la vida sería un error”.

Para homenajear al “Superhombre”, en la Segunda Guerra Mundial la naturaleza, en un sarcasmo de muerte congelada, esculpió lo siguiente: “El lago parecía una extensa lámina de mármol sobre la que se apoyaban cientos y cientos de cabezas de caballo. Parecían haber sido cortadas limpiamente con un hacha. Sólo las cabezas sobresalían por encima de la corteza de hielo. Y todas miraban hacia la orilla. La blanca llama del terror seguía viva en sus ojos abiertos como platos. Cerca de la orilla una maraña de caballos encabritados se alzaba sobre sus cuartos traseros por encima de la prisión de hielo” (Kaputt, Curzio Malaparte).

*Elena Pomar es profesora de Artes Plásticas en la Escuela de Artes de UABC (Campus Ensenada), su manifiesta creación se ofrece con la libertad de los mustang en las praderas.

raelart@hotmail.com

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