BAJO PALABRA

El entorno

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 23 de febrero de 2018 · 00:00

En el transcurrir de la vida conoce uno a personas de las que conserva alguna impresión primera. Esta impresión perdura siempre o casi siempre. Es lo que guardamos como recuerdos sólidos de niño, acompañadas en nuestros relatos de cierta época. Sucede luego que al crecer y entrar en contacto con diferentes personas de distinto origen tropezamos a veces expresiones distintas y contrarias a lo que pudiese haber sido una buena opinión.

Resulta así que el maestro de escritura inolvidablemente hermosa y de disciplina inalterable, se convierte en un hombre de personalidad diferente en otro entorno. Puede convertirse en un padre despiadado o en un hombre indiferente ante las necesidades de su familia.

Las historias personales no suelen ser omnímodas. El prestigio de un hombre o mujer viene siendo la versión que se conforma con las experiencias de otros en interrelación.

Así pues, la experiencia va instruyendo a uno de prudencia -cualidad difícil de ejercer- ante la propia opinión que despierte algún recién conocido. La cautela tiene su lugar cuando se expresan lo mismo encantos que desencantos respecto a una persona.

Se aprende a medir uno frente a extraños opiniones adversas de quien no se sabe más que lo que deja un breve encuentro, un viaje como compañeros, una sala de espera de una consulta médica o un salón de belleza.

En conversaciones escuchadas por azar, nos enteramos de la enfermedad de alguien especialmente antipático o de la condición penosa de una persona en duelo distinguida por su buen ánimo.

Difícil es modificar una opinión de años ante información reciente. La pareja amable y sonriente en la iglesia sigue siendo la misma en mi recuerdo, aunque haya conocido después sus discusiones domésticas abundantes en maldiciones y palabras duras y crueles. Y justamente al revés, el conocimiento de maltrato y ofensas a un amigo me impidieron siempre admirar o alegrarme de la notoriedad de su padre en su vida profesional o de la belleza singular de una madre indiferente a las necesidades afectivas de sus hijos.

El mundo formado en nuestra mente con experiencias, afectos, inclinaciones intelectuales y alguna otra azarosa condición, se enfrenta al constante cambio de impresiones del mundo externo. Somos otros diferentes a veces, de quienes recibieron las primeras impresiones y el juicio que nos merecen situaciones y realidades del presente son emitidas desde quienes han pasado por el proceso natural de la vida y su impronta.

Estamos pues en permanente cambio y en éstas condiciones es de admirarse la congruencia. Éste valor es lo que da sentido y sostén al carácter y personalidad de un individuo. Permanecer en lo importante y cambiar en lo secundario es un ejercicio de salud y de honestidad.

Alcanza en un abrazo al amigo que dejamos de ver hace una vida y coincidir después del tiempo en una broma o comentario, deja a uno un tibio sentimiento de certeza.

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