OPCIONES

Almas sedientas

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 3 de febrero de 2018 · 00:00

Muchos preguntan: ¿Qué sucede con los muchachos? ¿A qué se debe ésta marcada inclinación de los jóvenes a unirse para cometer fechorías de todo tipo? Ya no digamos cubrir de majaderías cercas y paredes, y convertir calles y avenidas en patios de presidio, sino que su comportamiento grupal es francamente intimidatorio. Chicos hostiles, agresivos, delincuentes, desalmados, se reúnen en esquinas y parques, en lotes vacíos, en casas abandonadas. Chicos ociosos e indolentes. Muchos con el cinismo tatuado en el rostro se dan cita para ‘ponerse en onda’ y planear mil barbaridades.

¿Por qué tantos jóvenes en el mundo entero se han tornado violentos al grado de cometer crímenes escalofriantes? Sectores completos de ciudades grandes y pequeñas son tomados por delincuentes juveniles quienes se ejecutan entre sí en la lucha por el poder. Las páginas rojas de los diarios registran hechos espeluznantes: verdaderas masacres entre pandilleros a punta de picahielos, desarmadores, machetes tanto en el primer mundo como en el tercero. Es tal la brutal ferocidad en algunos sectores de ciudades grandes y pequeñas que agentes policíacos no se atreven a penetrar ciertos sectores so pena de ser ‘ejecutados’.

Es motivo de alarma el alto índice de delincuencia juvenil grupal a nivel mundial. Alcoholismo, drogas, violencia que termina en homicidios, incendios, violaciones tumultuarias. Nadie sabe qué está pasando con nuestros jóvenes. Tal vez debiéramos preguntarnos: ¿Con qué hemos alimentado la mente y los sentimientos de la gente joven durante las últimas décadas? Hemos permitido vía satélite y a todo color las escenas más brutales, las diversiones más sádicas. Ahora nos escandaliza el que los chicos pongan en práctica lo que ven.

El problema del pandillerismo se da en todo el mundo: en países ricos y en subdesarrollados. La historia de crímenes guarda en sus páginas la ejecución de dos mensajeros de una pizzería por adolescentes en el pequeño poblado de Franklin, New Jersey, entonces de sólo 5,000 habitantes. Causó gran consternación hace algunos años reportajes del sangriento suceso que fueron publicados por los principales diarios y revistas estadounidenses. ¿Motivo del crimen? Los chicos querían divertirse, estaban aburridos. Querían saber qué es realmente matar a alguien y ver qué se siente por dentro. Con premeditación ordenaron unas pizzas y amparados por la oscuridad de la noche ‘cazaron’ a los repartidores. Pizzas volaron por todas partes mientras los desdichados trataban de huir de sus ejecutores.

En una aldea remota de Sudáfrica en una taberna al aire libre unos adolescentes ven un programa ‘Solo para Adultos’ en la única televisión del lugar. Bajo los efectos del alcohol terminan en la choza más cercana, amarran a la infortunada madre de uno de ellos quien muere descuartizada por la violación tumultuaria de que es objeto, el cuerpo mutilado en réplica exacta de las escenas de tortura y sexo del film.

¿Qué sucede con nuestras sociedades modernas? Las sociedades tribales separaban de la familia a los jóvenes en casas especiales porque conocían esa necesidad en la adolescencia de buscar la propia identidad, apoyándose en grupo. Vivían en torno a guías espirituales quienes los conducían a través del tormentoso trance de la adolescencia. Así lograban que sentimientos y hormonas no hicieran presa de ellos.

Los chicos necesitan modelos, anhelan héroes que estimulen las fibras más sensibles de su ser. Los jóvenes se encuentran desesperanzados, perdidos, sin brújula en la selva del mundo de los adultos, cada vez más siniestro. La necesidad de transgredir se incrementa en ellos cuando les es difícil identificarse con la hipocresía de los adultos: cuando les decimos una cosa y hacemos otra; cuando separamos la fe religiosa de nuestros actos cotidianos, cuando son unas nuestras creencias y otros nuestros afanes. Reprobamos la conducta de los jóvenes y, sin embargo, no reparamos en que los hemos alimentado con el veneno del mundo, y sus almas están sedientas.

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