El inconsciente

En las cavilaciones que he hecho sobre la muerte (la mía) y mi postrera voluntad, he mortificado a mis hijos y a mi esposo más de una ocasión describiendo la música que quisiera en mi funeral.

En ese momento elijo una Sonata de Beethoven, la 23Apassionata, el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky, una canción napolitana con Giussepe Di Stefano, “Silencio Cantatore”, Danny boy, canción irlandesa. Un amigo ya fallecido me dijo que yo no quería un funeral ¡sino un concierto! Quizá, esa es la idea.

La semana pasada fui intervenida quirúrgicamente para colocarme una válvula en el cráneo para tratar el Síndrome de Hakeem (o Hakim).

Las cirugías muestran toda clase de temores, sobre todo a mi edad: los efectos de la anestesia, el tiempo en quirófano y cualquier situación sorpresiva.

He de decir que todo resultó muy satisfactorio, para mí y para el médico, y para la familia.

La intervención consiste en colocar una válvula debajo de la piel del cráneo previa aseguración de un catéter que va a uno de mis ventrículos cerebrales, de ahí a la válvula y de ahí recorre mi tórax hasta la cavidad abdominal donde se deja en el peritoneo para que el LCR (líquido cefalorraquídeo) se reabsorba.

Mi esposo, hermano, dos amigos e hijos estuvieron esperando que las casi tres horas pasaran casi inadvertidamente.

Las hijas se turnaron para acompañarme, debo decir diligente y eficientemente.

Mientras despertaba por completo de la anestesia, una de mis hijas me preguntó si quería televisión o música, dije música, me preguntó qué quería oír y dije oh sorpresa: ¡Bohemian Rhapsody con Queen!

Nada de esto recuerdo, nunca habría pensado que esa canción la tengo registrada en mi memoria.

Descubro que otra persona vive en mí y que la siguiente etapa de mi vida puedo dedicar tiempo a conocerla.

Me faltan unas canciones de Silvio Rodríguez y el Mr. Tombourine man de Bob Dylan, no puedo entender en qué momento se cruzó Freddie Mercury por mis afectos.