OPCIONES

Lo que pudo haber sido y no fue…

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 10 de marzo de 2018 · 00:00

El nuevo deporte es matar con la palabra. Hombres y mujeres en busca de fama y gloria personal han creado monstruos que nos están destruyendo. La desconfianza y la incredulidad alimentada por la difamación a través de los medios, repiten y aumentan la maledicencia. La libertad de expresión y de acción cuando es irresponsable y amoral conduce a la contaminación psíquica de las naciones. Al colorear de odio, rencor, frustración y venganza nuestro medio creamos zozobra e incertidumbre. En nuestro país ha provocado la promoción del voto nulo como manifestación de rechazo institucional. Si difamamos o devaluamos todas nuestras instituciones, ¿cómo es posible comprometernos con la democracia?

La ilusión de pertenecer al Primer Mundo con la firma del TLC se evaporó hace tiempo como pompa de jabón. No olvidemos que el esquema autodestructivo que desarrollamos para ingresar a él es gran parte del problema. Jurábamos que ya era nuestra la “American Way of Life”: sofisticadas comiditas en microonda, frutas y verduras congeladas ya en trocitos listas para servir, mil y una golosinas extranjeras con cargo a la tarjeta. Enajenados por el “progreso” olvidamos sembrar frijoles, y hoy debemos importarlos, pagarlos en dólares con pesos devaluados.

Hoy queremos un superman o una superwoman que resuelva el problema de la economía y del narcotráfico con una varita mágica. No es de extrañar que cuando miramos al México que hemos creado con nuestras palabras y actitudes, la fealdad y el desconcierto en sus múltiples manifestaciones nos obligan a exigir un cambio. Hemos permanecido durante tanto tiempo imaginándonos primermundistas y viviendo más allá de nuestro presupuesto que olvidamos el compromiso de todo ciudadano: ser agente de cambio. El cambio no lo hacen los líderes, el cambio lo hacemos los ciudadanos.

Afirmar que íbamos bien, que en un mal momento México tomó un camino equivocado, es aferrarnos a nuestra fijación primermundista. La “American Way” no retornará jamás. Ha desaparecido aún de los Estados Unidos: la crisis es global. El período de luto por lo que pudo haber sido y no fue se ha prolongado demasiado. Hemos desgastado al país con acusaciones a diestra y siniestra. No será fácil crear un camino nuevo. Los errores no pueden ser eliminados en forma total de la noche a la mañana. Cuando reconozcamos que la ilusión era absurda, podremos dedicar todas nuestras energías a lo que es posible y que está en nuestras manos.

Hemos perdido algunos años no retornables, intoxicados por el sueño imposible de pertenecer al Primer Mundo. Una nueva cultura universal de justicia social empieza a despuntar. Lentamente. Pero no con varitas mágicas. Aún tenemos ocasión de construir una patria nueva, no sobre los rescoldos de la que hemos destruido, sino en base a un nuevo ordenamiento justo de todos los elementos que están a nuestro alcance y que todavía son nuestros.

No debemos negociar con la mentalidad de los oligopolios: quitar a quien le falta para ofrecerlo a quien le sobra, sino ordenar nuestros elementos con el fin de reducir lo que excede, y engrandecer lo escaso.

Recurrir a la fuerza militar para poner el orden deja mucho qué decir de quienes han olvidado el respeto a la nación y a los conciudadanos. ¿Preferimos que a punta de escopetas o de misiles seamos obligados a un comportamiento digno? Nada alimenta tanto el sentimiento de opresión como la convicción profunda de que se es incapaz de sostener sobre los propios pies. Autocontrol significa poner un poco de nosotros en el medio, sin coerciones. Los cínicos preguntan: ¿Un poco de nosotros? ¿De qué sirve una gota de sangre en el mar?

El reducir lo que excede y engrandecer lo escaso no es trabajo de una sola persona. Es trabajo de toda una nación. El cómo lograr la justicia social es una tarea que implica novedad, frescura y compromiso personal con nuestro país. No se da por decreto. Tampoco con votos nulos. La justicia social la construyen los ciudadanos comprometidos con el cambio.

Cuando por la noche se apagan las luces dentro de una alcoba con ventanas cuesta un rato advertir que la oscuridad no es total. Cuanto más nos deslumbra el recuerdo de la luz artificial, más tardamos en percibir las sutiles texturas de la luz natural y de las sombras, y en comprender que, en efecto, podemos ver, podemos encontrar la salida. No importa la negrura del panorama: siempre habrá un camino para un pueblo comprometido con su patria.

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