DESDE HOLANDA

La excursión a la granjita

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 14 de marzo de 2018 · 00:00
Hace unos días me ofrecí a llevar a un grupo de niños del salón de mi hija menor a la granjita. Entre varios padres y madres de familia repartimos a los niños a los carros y aprovechando la casi llegada de la primavera, fuimos a que vieran algunos animales recién nacidos.

Me llevé a dos niñas -entre ellas mi hija-, y a dos niños. En el trayecto de unos quince minutos, la conversación fue así:

Niño 1: Yo me sé un chiste. Iban Alguien y Nadie caminando cuando pasaron por un puente y Nadie se aventó al río. Alguien llamó a la policía y dijo que Nadie se había caído al río. ¿Entienden? ¡La policía no hizo nada porque pensó que nadie se había caído al río!

Los demás: Sí, sí muy gracioso.
Hija: ¿Saben que el papá de Dora tiene la panza muy grande porque toma mucha cerveza?

Yo: ¿De dónde sacas eso?

Hija: Dora me dijo.
Dora, no era por fortuna mi otra pasajera y yo pensando en qué linduras dirá mi retoño de sus padres a sus compañeros de clase y en qué tratamiento, le dan a este tipo de información los niños de seis años. Decidí continuar el viaje en silencio.

Hija: ¿Saben que mi papá trabaja en Berlín y el papá de Fajah también trabaja en Alemania? Creo que son amigos en secreto allá, y que se van juntos al sauna para relajarse.

Tuve que hacer un gran esfuerzo en no soltar la carcajada y no tener que explicarle las peliagudas implicaciones que tenía su comentario. Mientras tuve que dar un rodeo porque había reparaciones.

“Bubble Jungle” gritaron todos cuando pasamos cerca de un parque de actividades bajo techo. Yo he ido cinco veces, dice el Niño 2.; yo diez responde la niña y yo muchas dice Niño 1. Yo voy a venir mañana, señala mi hija, y yo le doy un golpecito en la pierna y le pelo los ojos para que se calle, pues mañana es la fiesta de cumpleaños de Dora y como pasa en todas las fiestas, no todo el salón está invitado y no se puede hablar de las fiestas a las que se va.

Llegamos a la granjita y digo muy orgullosa, “vamos a esperar aquí en la entrada a los demás”, mientras los niños brincan y gritan que somos los mejores. Otra madre camina desde su carro hacia nosotros y dice que ya llegaron todos y nos están esperando en un salón, que olvidó su teléfono y regresó por él para hacer unas fotos de la visita. Los niños me miran decepcionados y corren a donde están sus compañeros.

Después de ver pichones y ratones recién nacidos y acariciar pollitos, borregos y chivas, damos una vuelta y una voluntaria les pregunta a los cuatro niños a mi cargo si quieren acariciar una rata. “Sí”, gritan todos mientras yo sonrío en silencio y dos pasos atrás. Uno a uno acarician al animal y la chica decide ponerme el roedor en el hombro. No puedo quedar como una cobarde. Sigo sonriendo mientras me quedo paralizada sintiendo a la rata, que quiere subir a mi cabeza. La próxima vez mejor me ofrezco a ayudar a hacer manualidades.

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