DESDE LA BANQUETA

Nuestra herencia nos tiene en el suelo

Por Sergio Garín Olache
jueves, 15 de marzo de 2018 · 00:00

El pensamiento conservador mexicano ha saltado generaciones: en su momento los estudiantes de Ciudad Universitaria cerraron la UNAM en protesta, porque un rector planteó volver a cobrar las cuotas que todos habían pagado en pasado reciente, de 200 pesos y aplicarlas a becas alimentarias para estudiantes, no sólo exentos de pagar, sino con ayuda para concluir su carrera. No querían volver a la escala del 0 al 10 en calificaciones (es difícil imaginar algo más trivial) ni exámenes estandarizados por departamento.

Los alumnos de las normales rurales exigen lo que todo médico, físico, ingeniero o astrónomo desearía: una plaza al terminar su carrera y en un gran hospital, en el equipo del CERN, en una compañía constructora de primera o en el Observatorio de Tonantzintla (porque el que tenemos en San Pedro Mártir les queda muy lejos), sin clases de inglés ni de computación y consideraciones al examinarlos porque llegan “handicapeados” por un origen, donde no hay libros ni conversaciones cultivadas. Derecho a rentar, vender o heredar su plaza de maestros. Y ya nomás.

Son los pobres. Pero llegan los niños y niñas bien, de universidades con cuotas de 100 mil pesos y lo primero que reclaman es revivir la funesta comisión censora de radio, tv y cinematografía, la que prohibió por decenios exhibir La Sombra del Caudillo, la que dictaminó que la película Gigante era anti-mexicana a pesar de que Rock Hudson hace una defensa a golpes de su esposa mexicana, y la que sacó del aire al Loco Valdés, con el programa de mayor popularidad de la época, por el chiste: “¿Ya saben cuál es el presidente bombero?... Bomberito Juárez”.

Por supuesto, es tarea del Estado reglamentar los medios, administrar las frecuencias, sancionar el “agandalle” de canales, cobrar por el uso del espectro puesto que produce utilidades.

Pero otra cosa es lo que demandan los chavos de la Ibero: regular contenidos con el muy soviético afán de cuidar la salud del pueblo, impedir que lo envenenen con tara-novelas y futbol. ¿Y con cuál chingao derecho dirán qué sí y qué no?

Fácil: Siendo, como son, niños y niñas bien, están por encima del vulgo domesticado, ven la trampa, tienen resistencias de clase contra la naquería de la tv y están por eso moralmente obligados a cuidar al pueblo bueno (pero tonto). Es difícil incurrir en una arrogancia clasista más insolente.

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