OPCIONES

Bajos instintos

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 24 de marzo de 2018 · 00:00

En tiempo de elecciones los ciudadanos estamos aterrados de los bajos instintos en que han caído algunos de los candidatos, tanto en nuestra patria como en la de otros países supuestamente civilizados. Es en verdad escalofriante el veneno que se lanzan unos y otros. Con unas cuantas palabras ensucian el buen nombre de un candidato o candidata.

Declaró el afamado escritor norteamericano Alvin Toffler que el problema de la modernidad es que hemos perdido el sentido comunitario en todas las estructuras sociales. Que el problema se presenta en el primer núcleo de la sociedad: la familia, y trasciende a los centros de trabajo, las organizaciones y, particularmente a los gobiernos en tiempo de elecciones. Asegura que el fenómeno se da en todas las naciones -desarrolladas o no- y que ésta es la principal causa de angustia y pesimismo en la vida moderna.

Cuentan que una vez un hombre arrepentido de haber iniciado un rumor que destruyó la honra de una persona, lloró su culpa, y quiso enmendar su falta. Cuando ya estaba moribundo, en su lecho de muerte, pidió ver al que había ofendido y le dijo: “Perdóname, ¿qué puedo hacer para devolverte la honra?” El otro contestó: “Te perdono el daño que me hiciste, pero… si tiras al viento plumas de ave desde lo alto de la montaña, ¿podrás recogerlas?”

La honra y el prestigio, una vez que se pierden, difícilmente se recuperan. Un rumor puede acabar con un individuo, también con una nación. El rumor es el pan nuestro de cada día: rumores van, rumores vienen. Es muy grave perjudicar el buen nombre de las personas, pero es funesto cuando el rumor atenta contra el prestigio y la estabilidad de un pueblo, o de una nación.

Estamos en tiempos de crisis, no cabe duda, crisis económica y crisis de valores. Pero hay otra crisis de la que se habla poco y que es muy urgente remediar: crisis de credibilidad. Nuestras relaciones internacionales exigen de nosotros alta fidelidad en el mirar, sentir, hablar y actuar y, especialmente, en el comunicar. Y nosotros debemos exigir lo mismo de las demás naciones. A pesar de la avanzada tecnología, en la Era de la Comunicación las relaciones se tornan difíciles y escabrosas. Los mensajes se distorsionan, se malinterpretan, se magnifican o son manipulados en multimedia.

A los mexicanos nos achacan que perdemos la objetividad fácilmente debido a resentimientos o complejos de inferioridad. Aseguran que se nos atascan las antenas y perdemos la consciencia nacional por la enmarañada red de sentimientos: no vemos con claridad, ni pensamos con lucidez, ni sabemos expresarnos con asertividad en tiempos de crisis.

La falta de asertividad -no decir exactamente lo que deseamos en el momento preciso a la persona indicada, con fidelidad de datos, y sin herir susceptibilidades- complica nuestras relaciones internacionales. Muchas palabras sí, muchos rodeos, también, pero damos la impresión de que nos cuesta mucho ser directos sin dejar de ser corteses.

El mensaje cuya intención sea estrechar los lazos entre las naciones, deberá vestirse con sus mejores galas: veracidad, claridad y precisión. El medio deberá ser el apropiado para que el mensaje sea recibido con fidelidad. El momento deberá ser exacto: no antes ni después.

Es difícil purificar la comunicación humana y despojarla de contaminantes. También es complicado desinfectar de pasiones humanas y de intereses personales los mensajes. El número de tonalidades con que se puede colorear el significado de una noticia es infinito, e infinita también la variedad en su interpretación.

Como ciudadanos de un país que busca ocupar el lugar que le corresponde dentro del nuevo orden mundial, tenemos un compromiso personal. Cada mexicano deberá entrar a su interior para descubrir ese espacio donde todo es justo, donde todo es exactamente lo que es. Ni más ni menos. El espacio de alta fidelidad desde el cual la mirada se vuelve diáfana, como la mirada de los niños, donde los hechos se contemplan sin distorsión y sin pasión, las palabras no se equivocan al decir, y la comunicación no lleva dolo. El lugar donde Dios se revela al ser humano y, éste, iluminado, empieza a ser auténtico en el mirar, sentir, hablar y negociar.

De otra manera corremos el riesgo de acabarnos el país a lengüetazos.

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