MAR ADENTRO

El cambio verdadero en lo económico

Por Ricardo Olvera
sábado, 24 de marzo de 2018 · 00:00

China y México entraron al mercado mundial compitiendo con su mano de obra barata. La diferencia es que China se enfocó desde el inicio en capacitar a su fuerza laboral y en asimilar para después apropiarse de las tecnologías involucradas en las inversiones foráneas.

Esta fue la condición central exigida por China a las potencias mundiales a cambio de abrirse: capacitar a su fuerza laboral y asegurar la trasferencia tecnológica mediante un fuerte respaldo estatal a la investigación científica, así como a la construcción de las grandes obras de infraestructura portuaria, ferroviaria, naval, carretera, hidráulica y energética.

El resultado después de cuatro décadas de esta forma de apertura al exterior son varios cientos de millones de trabajadores chinos altamente calificados y una capacidad tecnológica cada día más competitiva a nivel mundial, con sus propias marcas y diseños en áreas estratégicas.

Mientras México nunca se ha atrevido a desafiar al monopolio mundial de ciencia, tecnología y desarrollo industrial. Ni en la época del sistema proteccionista cerrado, en el que solo se protegió a una industria nacional ligera, de bienes de consumo, incapaz de fabricar maquinaria pesada nacional y mucho menos máquinas herramienta. Ni en su apertura al exterior a partir de Salinas, en la que a pesar de las grandes inversiones foráneas nunca se ha atrevido a ir más allá de la maquila y el ensamblaje de marcas extranjeras.

La competitividad de México se sigue fincando básicamente en su mano de obra barata, y ninguno de los candidatos está proponiendo dar un paso hacia la estrategia china de apertura al exterior condicionada al desarrollo cualitativo de la economía nacional. Estrategia por cierto seguida en su momento por todos y cada uno de los países que han logrado industrializarse, incluidos EU, Japón, Korea del Sur y los países europeos.

Es claro que Meade, tal vez con mayor pericia y profesionalismo, en política económica sería más de lo mismo. De ahí el fuerte aplauso de los banqueros.

López Obrador quiso convencer a los banqueros de que no hará cambios drásticos en la política económica actual. Nada de aquellos desplantes de “acabar con el neoliberalismo”, quitarle autonomía al Banco de México, repudiar el TLC, cancelar las reformas estructurales o desconocer los compromisos internacionales. Pero creemos que de ganar sí piensa ensayar una especie de regreso al Echeverrismo.

Anaya refleja un mayor conocimiento de la modernidad económica y una mejor visión de futuro en términos tecnológicos. Les propuso a los banqueros “pasar de la manufactura a la mentefactura”, poniendo el énfasis en la capacitación intensiva de la fuerza laboral. Muy bien, pero ese gran salto no se logra solo con capacitación. Se requiere una vigorosa estrategia dirigista en la que el Estado incentive y respalde a las inversiones privadas hacia el desarrollo de una industria pesada, capaz de producir maquinaria y bienes de capital de marcas nacionales.

Fuertes incentivos fiscales y crediticios a las inversiones en áreas estratégicas, investigación científica y tecnológica público-privada enfocada a este objetivo, y un programa de “tiempos de guerra” en la construcción de grandes obras de infraestructura económica básica. Además, naturalmente, de un incremento drástico en los salarios, que solo se sostiene con todo lo anterior.

Solo esto sería un “cambio verdadero” en economía. Ninguna otra fórmula ha funcionado en la historia económica del mundo para sacar a un país del subdesarrollo. Estados Unidos se vio obligado a independizarse de Inglaterra para poder afirmar su derecho a la industrialización. La Unión Soviética, a pesar de un sistema tan defectuoso como el socialista, logró cierto desarrollo afirmando primero su soberanía política. Lo mismo en su momento Japón, Alemania y ahora China.

Si Ricardo Anaya no está pensando en estos términos, sus “buenas ideas” económicas no pasarán de ser “más de lo mismo” pero con careta democrática.

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