LA OTRA HISTORIA

La suerte de Pompeyo

Por Lucía Garayzar Rodríguez*
miércoles, 28 de marzo de 2018 · 00:00

Pompeyo “El Grande” era reconocido por sus triunfos militares, pero su apodo, se debía a la suerte tan extraordinaria que en todo momento lo acompañaba. El aliarse a las personas correctas siempre fue una de sus mejores estrategias.

Pactar con el General Sulla resultó ser una decisión acertada, aunque eso no significaba que todo sería fácil para él, pues tarde o temprano tendría que pagar el precio de esa alianza. Así es que un buen día, sin más ni más, Sulla obliga a Pompeyo a dejar a su mujer, para enviarlo a Sicilia y al norte de África, en busca de grandes victorias.

Para Pompeyo casarse con las hijas de sus aliados políticos invariablemente era algo a lo que él no ponía objeción , ya que formar parte de la familia de la esposa, le garantizaba capotear cualquier obstáculo y además facilitaba sus planes.

Cuando el general Sulla muere, Pompeyo se convierte en el “restaurador del orden constitucional” y en la figura más respetada de la República Romana. Tanto, que se le confió la represión de la rebelión hispana y con ello, sin tener la edad requerida, sin haber sido previamente juez y saltándose el orden de carrera “Aka Cursus Honorum”, establecido por Sulla. La fortuna nuevamente le sonríe y se convierte en Cónsul.

Su buena estrella le persigue al unirse al General Lepido. Pompeyo era tan hábil, que sabía cómo colgarse las medallas que no eran suyas, acababa con quienes se le ponían enfrente en todas las batallas, de hecho la rebelión de los gladiadores con Espartaco, le vino como anillo al dedo. Lo cierto es que Pompeyo mantenía al pueblo romano muerto de miedo, pues sentían que su seguridad pendía de un hilo.

Los romanos tenían tiempo molestos con él y se pusieron de acuerdo para mandarlo exterminar a los piratas que plagaban el Mediterráneo, pensando que en una de esas, de pura casualidad se hundía su barco y se ahogaba. Ni así les resulto el plan, porque nuevamente salió vencedor.

A su regreso de Oriente, algo sucede con Pompeyo y decide mantenerse aislado. De repente, todo empieza a cambiar; el ejército le da la espalda, el Senado lo ignora, se vuelve inseguro, nadie sabe qué es lo que le sucede, y es precisamente en este punto en donde su buena estrella empieza a abandonarlo.

Mientras Cesar, quien había sido su mejor amigo triunfaba en las peleas de Europa del Norte, Pompeyo se quedaba en casa viendo los días pasar sin autoridad para convencer a los soldados. Enemistado y abandonado por su suerte, finalmente es derrotado en la batalla de Farsalia, Grecia.

Amable lector: nada más parecido con la realidad actual, ¿sabe usted de algunos personajes que han tenido la suerte de acomodarse en el ambiente político, sin ni siquiera haber concluido la educación básica?, y claro que eso no es ningún pecado en cualquier ciudadano común, pero cuando se trata de tomar las riendas de un pueblo, claro que es pecado y mortal, porque quedamos a merced de gobernantes que no tienen ni la menor idea de lo que hacen.

¿Y qué decir de los que se cuelgan las medallas de otros?, entregan dádivas, inauguran obras que no les han costado ni esfuerzo ni dinero, pero eso sí, se aprovechan y lo presumen de forma rimbombante para que todo el pueblo se entere. Lo chistoso es que ya no engañan a nadie, la mayoría de las personas los tenemos bien medidos y como regularmente suelen ser los mismos suertudos de siempre, difícilmente sus mentiras no pasan desapercibidas.

La gran diferencia con Pompeyo, es que este, además de habilidoso, era un líder nato, y eso, me van a disculpar, es algo que dentro de las filas de los partidos políticos se perdió hace muchísimo tiempo. Y para muestra, muchos botones, alianzas aquí, allá y acullá, candidatos que ahorita están aquí y en la próxima elección estarán en otro lugar.

Las señales las tenemos frente a nosotros, observemos bien, seamos hábiles, dejemos de creer que más vale malo por conocido que bueno por conocer.

* La autora es profesora

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