CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Matemúsica de Oz

Por Rael Salvador
viernes, 9 de marzo de 2018 · 00:00

Entre el material que disfruté en esta reciente temporada de lecturas, se encuentra la edición de Pepe Gordon (Ciudad de México, 1953): “El inconcebible Universo. Sueños de unidad”, ilustrado de manera magistral por Patricio Betteo (Ciudad de México, 1978).

Recién salido del horno cósmico (Editorial Sexto Piso, 235 páginas, 2017), este libro de divulgación científica no tiene -ni por intención- una sola página de descontento que interfiera entre el honor y su valor, entre el autor y su lector: la precisión, el género literario que más le acomoda; el ordenamiento temático es en sí mismo una escalera al cielo; su belleza, la aguja que ha recompensado la paja del mundo de la edición.

Pocas veces he leído una obra adecuadamente armonizada, fulgurante en citas literarias -Singer, Roberto Calasso, Amos Oz, Neruda, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Peter Brook…- y aportaciones de investigadores certificados -Susskind, Smoot, Sean Hartnoll, Edward Witten, Gerardo Herrera, Alberto Güijosa, Einstein, Hawking, etcétera-, franqueada por la grata matemática celeste que Betteo, con acierto y comprensión, transforma en significantes viñetas.

En romance con la poesía, la prosa de José Gordon es un “Aleph”, el cual podemos vislumbrar desde el índice: “El cubo de Borges”, “Einstein cabalga en un rayo de luz”, “Dostoievski en un mural curvo e invisible”, (…) “Hacia la Teoría del Todo”, “Forasteros del cosmos”, “Un rumor de cuerdas: la música de la materia”, “Hologramas verbales”, “Simetrías oculares” y un nutricio y largo etcétera (31 celebraciones a la imaginación científica y literaria, acompañadas esporádicamente de su código de escaneo para observar videos y, por si fuera poco, un revelador glosario).

«Algunas de estas narraciones literarias son tan vanguardistas -comenta Gordon en la introducción (Poética cuántica)- que han hecho que algunos científicos se pregunten si la inspiración de estas obras proviene de las teorías más atrevidas de la física moderna. Cuando el físico Seth Lloyd conoció a Jorge Luis Borges, trató de averiguar si el texto “El jardín de senderos que se bifurcan” se basaba en lecturas de física cuántica -cuyo dominio es el mundo de partículas subatómicas- en donde ocurren fenómenos extraños que desafían la lógica común».

Una leyenda dice que si usted no puede dormir por la noche es porque está despierto en el sueño de otra persona. De tal forma, Enrique Anderson Imbert ofrece luz sobre este Borges, «quien se sintió fascinado por supersticiones, mitos, religiones, magias, metafísicas, ciencias ocultas, fantasías, teorías absurdas. No creía en dios, ni en la eternidad, ni en el alma, ni en el libre albedrío, ni en lo sobrenatural, ni en lo “dobles”, ni en la mística, ni en los tiempos cíclicos y reversibles, ni en una finalidad del universo y la vida. Sin embargo, todo eso pasó como materia poéticamente intuida a poemas y cuentos».

Es verdad, los escritos y comentarios de Pepe Gordon le devuelven la claridad debida a la palabra y, como un río de translúcida humildad, las páginas concebidas en “El inconcebible Universo”, por encima de lo que nos pudiera parecer la Ciencia y la Literatura, ofrecen fraternales sueños de unidad: “Quien logró el golpe de suerte/ de ser amigo de un amigo/ (…) ¡Que una su júbilo al nuestro!”, tal como lo poetizó Schiller y, para goce de la eternidad y alborozo del infinito, lanzó a rodar Beethoven con su matemúsica de Oz: la “Novena Sinfonía”.

raelart@hotmail.com

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