LA OTRA HISTORIA

La soberbia del árbol

Por Lucía Garayzar Rodríguez
miércoles, 16 de mayo de 2018 · 00:00

Cuenta una antigua leyenda tibetana, que en la cumbre más alta del Himalaya se levantaba un árbol gigantesco y extraordinariamente frondoso. Ocurrió que cierto día un monje, fatigado por una larga caminata fue a sentarse al pie de aquel árbol. Mientras descansaba, sentía la frescura bajo las ramas y no pudo menos que pronunciar palabras de agradecimiento y admiración.

Es evidente – le dijo al árbol – que debes gozar de la protección de un dios poderoso, puesto que ningún huracán ni los vientos más violentos han podido derrumbarte con el paso del tiempo. ¿Acaso es el dios del Viento quien te protege?- ¡Desde luego que no! – contesto el árbol con altivez; - yo no necesito que ninguna divinidad me proteja y mucho menos el maligno Viento, que no tiene amigos ni perdona a nadie. - Lo que sucede, es que nada ni nadie puede contra mí por fuerte y poderoso que sea.- Cuando el viento se desata furioso y derrumba los demás árboles, se detiene temeroso ante mí y se retira deseando que no me encolerice contra él y le castigue severamente.

Tales palabras llenas de soberbia indignaron al monje y mirando fijamente al árbol exclamó: – ¿No te da vergüenza?, ¿cómo te atreves a emplear ese acento lleno de desprecio para uno de los dioses más poderosos?, y de inmediato se dispuso a abandonar el lugar. El sacerdote no había desaparecido en la distancia cuando el cielo oscureció, la tierra se puso a temblar y el Viento en persona con su ira, lanzó sobre el árbol sus potentes brazos hechos de nubes.- Cuando el árbol vio al poderoso dios junto a él, se estremeció y en su fuero interno deseó no haber pronunciado jamás aquellas palabras.

¡Muy bien! – Aulló el viento- ¿No sabes que si yo quisiera te derribaría en un instante? Si te he conservado intacto durante siglos, ha sido porque en la noche de los tiempos cuando el mundo era un gran caos, el dios Brahma vino a reposar a tu sombra. Y en memoria de aquel hecho, es que te he dejado vivir hasta hoy.

Amable lector: lo anterior me recuerda a algunos gobernantes que como el árbol frondoso, andan por ahí con sus ramas extendidas pensando que no habrá viento que los derribe, jactándose de humildes, cuando ese calificativo es impronunciable en boca de quienes en realidad lo son. Con el estigma de sencillez y disfrazados de honradez, se han dedicado a dejar en el camino más heridos que el número de ramas que tiene un árbol, olvidando que una vez arrancados de raíz, en su momento, no serán transplantados ni aquí, ni allá, ni en ninguna parte.

La furia del viento llegará y con él, el arrepentimiento, cuando eso suceda, comenzarán a realizar estrategias heroicas para sobrevivir, se despojaran de todas sus ramas pretendiendo resistir los embates del enemigo, se arrancaran hasta la última hoja de soberbia y se convertirán en un simple tronco mutilado y desnudo. En verdad, nadie los reconocerá.

Ya sin hojas y sin sombra qué ofrecer, se convertirán en un espectáculo grotesco, porque ahora sí, todos los que les criticaban y se burlaban en secreto, lo harán abiertamente.

¿Qué mayor lección para un soberbio?

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