CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

La utilidad del deseo

Por Rael Salvador
viernes, 10 de agosto de 2018 · 00:00

Los hermanos Grimm, Jacob y Wilhelm, titularon su compilación de cuentos con el lema: “Entonces, cuando desear todavía era útil”; y de ahí, de ese puerto visual a todas letras, parte Juan Villoro para entregarnos el libro de ensayos “La utilidad del deseo” (Anagrama, 2017), asamblea de escritos que festeja la literatura con la franqueza de quien ha logrado hacerla necesaria.

Sí la literatura aborda la ficción a partir de los hechos, Villoro se encarga de proporcionarle giros elocuentes, esa hábil fortuna de la elegancia estilística que nos regala la alteración sintáctica de la belleza, compilación de vocales que hacen el canto de una frase y otra y otra… y que, en su placidez, se dejan vagar en la estampida sonora de las vocablos.

Al leerle, me encantaría fugarme en el recuento de adjetivos de este autor que, tiempo atrás, abandona el bando de lo rudimentario (erudito, que deja de ser rudo) y hace de la técnica narrativa un destilado de champagne: oro sacado del lodo, diría Baudelaire.

Los resultados de la lectura hablan por este entramado: bloques de palabras que se insinúan a través de una inteligencia arquitectónica irrenunciable, y que se dibuja en el peregrinaje de una tinta púnica, granada, que suma extravagancias retóricas y le devuelve originalidad al párrafo y su batalla, el cual encaja sus ensayos de sangre como una anexión de placer constante: la carne de lo escrito, como un Cristo sonriente.

“La utilidad del deseo” es consecuente con los anteriores libros de ensayos de Juna Villoro: “Efectos personales” y “De eso se trata”. Y, como lo comenta el equipo de Herralde: “Lo hace con un rigor y una hondura siempre aliados a una gozosa fluidez”.

Vamos de la mano de Gógol, Kraus y Handke, en un corro de polvo, pasos y garbanzos: un plato humeante, igual a la nieve cuando el Sol está detrás y, me gusta decirlo, Dostoievski redacta algo psiquiátricamente datado para Nietzsche: “El pobre niño está fuera de sí -describe el ruso-. Lanzando un grito, se abre paso entre la gente y se acerca al caballo muerto. Coge el hocico inmóvil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos…” Raskolnikov, el personaje de “Crimen y castigo”, que toma el nombre de Rodia, de 7 años, y es quien observa el castigo y el crimen de un caballo escuálido por parte de una horda de borrachos. El brutal sacrificio, a golpes de hierro, hace presente a Rodia el espinazo partido de la débil bestia y anticipa la reacción de Nietzsche al abrazarse al cuello agonizante del caballo de Turín para limpiar la sangre de la Humanidad con sus propias lágrimas de dolor…

Juan Villoro, a través de su foto-cámara-de-escribir, posee el privilegio del retratista: logra asir la personalidad de su objetivo, privilegiando rasgos que sólo un certero disparo de luz hace emerger del laberinto de las sombras y de la carne…

Ya sólo podría decir, en el clima de cualquier lectura, que no renunciemos a nada, siempre paginando con los ojos hacia adelante, porque aun cuando la felicidad estorbe, todavía nos quedará la utilidad el deseo.

raelart@hotmail.com

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