DESDE LA BANQUETA

Briago, seco y lánguido

Por Sergio Garín Olache
jueves, 16 de agosto de 2018 · 00:00

¿Y usted cómo se siente con estas chingaderas que están haciendo?”, me preguntó el conductor cuando apenas había cerrado la puerta del peje taxi, no entendí a qué chingaderas se refería, ni quiénes las estaban haciendo, pero es periodo postelectoral y en su gesto adusto y ojillos desconfiados se asomaban las ganas de litigar ante cualquier respuesta al estilo testigos de jehová o sencillamente es un peje-bullying.

Había tenido un día de vino blanco y frío constante, por eso lo del taxi. Soy un briago responsable. Le dije con franqueza al taxista que ya estaba cansado de hablar de política, y fue peor, quiso darme una lección de rancio civismo, le pedí entonces con tono fastidiado que se callara y mejor pusiera música. Y saqué mi teléfono para buscar en Google la sinopsis de un libro de mi interés, él mantuvo un silencio con resoplos de furia. Luego, me sentí culpable, pensé que somos secos y lánguidos, no gastamos palabras con desconocidos y cuando por compromiso debemos conversar fuera de nuestro círculo de confort miramos con suspicacia al otro y nos preparamos para lanzarle en pleno rostro una verdad regañona, una verdad que mate. No sé si, como dicen muchos, se ha perdido el hábito de la conversación, pero sin duda cada vez resulta más difícil practicar ese intercambio gentil y gratuito, donde conversar no implica persuadir, ni enseñar, ni hacer un negocio, (aunque puede ayudar indirectamente a todos esos propósitos), sino simplemente alternar de manera más o menos equitativa los actos de escuchar y hablar. Mitad y mi tía. Si insistía mi taxista con el tema peje,--pensé-- le pondría ejemplos de la crisis en Turquía y su repercusión en Argentina, la debilidad económica de ese país, no de Venezuela ni México, porque pensaría de seguro que es grilla de la derecha reaccionaria.

La figura idílica de la conversación como un intercambio desinteresado entre individuos, a veces por mera recreación, a veces en búsqueda de la verdad, es obstaculizada por fenómenos como la especialización extrema o la polarización política, que fragmentan los lenguajes con la proliferación de jergas profesionales o idiolectos militantes sin orden ni concierto. De modo que mientras los espacios para la conversación ilustrada se estrechan y se limitan a los cónclaves de pares y expertos, ahuyentando a curiosos y advenedizos; la plática casual se distorsiona ante el recelo social, la desaparición de referentes comunes y la confrontación política. Está por verse si las florecientes tecnologías de la comunicación y redes sociales ofrecen oportunidades para la ampliación y democratización de la conversación o fungen como foros para la banalidad, el fanatismo y los linchamientos. Urge, en todo caso, promover en la academia, en los medios, en las redes, en todos lados, “espacios conversables”, donde se hable y también se escuche; donde sea posible abordar, sin tantos fueros profesionales, temas de manera informal pero no superficial; Cualquier tema por especializado que sea tiene relación con la realidad o no le sirve a nadie; donde sea factible argumentar o polemizar con pasión, pero sin encono, y donde los enervantes naturales de la conversación, como la religión o la política, puedan ser contrarrestados por sus escasos pero efectivos antídotos, la tolerancia y el humor.

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