LA CARROCA

Claroscuro

Por Soraya Valencia Mayoral*
sábado, 18 de agosto de 2018 · 00:00

Spotlight se queda corta. Un informe de más de mil trescientas páginas del Gran Jurado de Pensilvania sobre los abusos sexuales cometidos contra mil menores de edad por más de trescientos sacerdotes ha hecho pública una historia que se suma a otras - y las que siguen- en torno a este crimen por parte del clero estadounidense. Según la información que diversos medios han dado a conocer se trata de casos denunciados y silenciados por la alta jerarquía a lo largo de siete décadas. Tomando en cuenta que muy probablemente el porcentaje de denuncias en la Iglesia es históricamente bajo (depende también de la fecha de reconocimiento del abuso como delito), más que en el ámbito civil, los números reales de los casos de abuso no los conoceremos nunca. Y no es que haya una confabulación contra la institución religiosa más poderosa de occidente. Sería injusto negar el trabajo silencioso que realizan tantas personas consagradas y dedicadas a hacer del mundo un lugar más luminoso. Pero éste no justifica ni repara el daño causado por otros que hacen del ministerio un espacio de poder que da acceso al abuso y al mal. Juan José Tamayo, teólogo, en un artículo publicado por El País afirma que la pederastia es un cáncer con metástasis que afecta toda la Iglesia en todos los niveles jerárquicos. Así de fuerte. Respecto al tema: “A las víctimas y a las personas denunciantes se les imponía silencio y se les amenazaba con penas severas si osaban hablar”. Tal modo de proceder creó un clima de permisividad y complicidad con los pederastas “A quienes se eximía de culpa mientras que ésta se trasladaba a las víctimas”. Lo peor de ser abusado es que la víctima termina siendo culpable. Por esto es importante denunciar ante las autoridades competentes, aunque a la fecha no garantiza que se haga justicia y se restituya la dignidad a las víctimas. El doloroso problema de los abusos sexuales a menores apenas se está poniendo sobre la mesa de la historia. Falta que lo asuman con valentía otras instituciones, sobre todo la familia, pues es un hecho que la mayoría de los abusos suceden al interior de ésta y los abusadores suelen ser los familiares más cercanos.

Sobre este escabroso asunto de la Iglesia de Pensilvania fue la pregunta de un periodista de La Jornada al Cardenal Obeso Rivera momentos antes de celebrar en la catedral de Veracruz. La reacción inicial de Don Sergio fue defensiva y desafortunada, lo que le valió no la de ocho pero sí la primera plana. Luego, supongo que más sereno, declaró que estas acusaciones “Nos hacen sentirnos mal y queremos mejorar”. Conozco personalmente al Cardenal. Es una persona de ochenta y seis años que ha visto mucho. Ha ido caminando con la historia reciente, desde el tiempo en el tema del abuso sexual era tabú en la sociedad hasta ahora que ya está tipificado como delito. Siempre ha sido una persona abierta a la crítica y sobre todo a la verdad. Recuerdo, hace años, casi treinta, conversábamos sobre la homosexualidad y me lanzó un serio cuestionamiento que él mismo se hacía: “Quisiera saber si como Iglesia estamos haciendo algo por estas personas”. Y no fue ayer. Vale.

* La autora es mujer de letras sacras y profanas

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