LA CARROCA

Las heridas no prescriben

Por Soraya Valencia Mayoral*
sábado, 25 de agosto de 2018 · 00:00

La Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer la carta del Papa Francisco dirigida a todo el Pueblo de Dios: “Al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y de personas consagradas”. La carta no ha sido bien recibida por parte de los grupos y colectivos en favor de las víctimas porque consideran que un mea culpa más no soluciona este grave problema. Además, invitar al ayuno y a la oración pareciera un sinsentido.

La actual crisis tiene que ver en buena medida con la exclusión del laicado y de las mujeres, en particular, de las estructuras de la Iglesia y de los espacios de decisión y con el liderazgo de los obispos a quienes el derecho canónico les confiere el poder absoluto sobre su diócesis. En ese tenor, el Papa Francisco atribuye el origen y centro de ésta crisis al clericalismo, una invasión por parte del clero de todo aquello que tenga que ver con ministerios, poder y decisión, una forma excluyente y “Anómala de entender la autoridad” favorecida por sacerdotes y laicos y que tiende a desvalorizar la gracia del bautismo; esto es, que hace de los bautizados no consagrados por el sacramento del orden, cristianos de segunda.

“Decir no al abuso -continúa la carta- es decir no a cualquier forma de clericalismo”. Para el teólogo Juan José Tamayo el problema es la masculinidad sagrada, “Un poder que convierte a los clérigos en representantes y portavoces de Dios. Masculinidad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos” en toda religión patriarcal. Siguiendo con el documento el Papa dice que la gravedad y magnitud de los hechos exige una acción solidaria de manera global. “Tal solidaridad nos exige, a su vez, denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de una persona, solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual ‘donde todo termina siendo lícito’”.

Sin duda, desde los ojos de los creyentes, es un texto fuerte que pone sobre la mesa un asunto que ya no es posible esquivar. Entre los fieles de a pie he observado las más diversas reacciones. La más común es la negación: se trata de un complot, un ataque contra la iglesia, una persecución como en los primeros siglos. También hay quienes echan en el mismo costal el abuso sexual, de poder y de conciencia con la homosexualidad como si ésta fuera condición necesaria para el delito de abuso.

Se identifica la pederastia con la homosexualidad, suscitando así la homofobia, buscando culpables a quienes satanizar y evadiendo la dolorosa realidad: hay depredadores sexuales que llegan al ministerio y hacen de él un espacio de poder para ejercer a sus anchas el acoso y el abuso en un ambiente que lo ha permitido y protegido. Francisco nos apremia a colaborar para denunciar y evitar cualquier vileza que ponga en peligro la vida en todas sus dimensiones de los menores y de las personas en situación vulnerable (esto extiende el abanico). Quien abusa de un inocente, de una persona vulnerable, es como si celebrara una misa negra, ha dicho en otro momento el Papa, pues profana un cuerpo santo. Y, a diferencia de los delitos comunes, estas heridas nunca prescriben. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas

...

Comentarios