DESDE HOLANDA

Croacia

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 8 de agosto de 2018 · 00:00

La tierra de los subcampeones del mundo de futbol es espectacular. Nada más emocionante que aterrizar en un país que no conocemos, con muchas expectativas y la curiosidad de descubrir sus secretos.

Hace dos años que quería conocer Croacia, tierra de la que solo había oído buenos comentarios sobre sus playas, su comida, sus vinos y su gente.

El aeropuerto de Pula es pequeño, y queda a unos veinte minutos de la ciudad, y el principal atractivo de ésta es un imponente coliseo romano muy bien conservado, que mira los siglos pasar, a unos metros del mar Adriático.

La playa es muy singular. Tiene un agua clarísima, y no tiene arena, sino piedras blancas redondas, que aunque no tienen filo hacen indispensable el uso de calzado especial. Tampoco es una playa con un declive suave y constante. La profundidad va en escalones de medio metro y las grandes rocas están en la orilla, por lo que las playas son una pequeña área entre acantilados.

Croacia tiene una gran variedad de vinos, y su gastronomía es muy variada, predominando los pescados y mariscos, los cuales acompañan con papas hervidas y bañadas en aceite de oliva, verduras y salsas.

En el sur, en la otra punta del país, está la famosa ciudad de Dubrovnik, escenario de la serie de televisión Juego de Tronos, así que rentamos un carro y manejamos los poco más de 700 kilómetros de distancia. Nos habían recomendado tanto visitar ese lugar, que dedicamos un día entero en llegar ahí.

La infraestructura carretera es impresionante. La autopista que va de norte a sur del país está en óptimas condiciones, no tiene nada que pedirle a las de Estados Unidos. Por el camino hay varios tramos de la carretera que pasan por túneles que atraviesan montañas, también es posible correr a 130 kilómetros en gran parte de ella, y cuesta unos 55 euros recorrerla.

Por desgracia esta autopista no llega hasta Dubrovnik, hay que salirse para tomar caminos de doble circulación donde hay pocas oportunidades de rebasar y además serpentea entre los valles y hay que cruzar la frontera con Bosnia Herzegovina dos veces por el trazado tan caprichoso del camino. Decidimos dormir en aquel país, en un pequeño pueblo llamado Ivanica, al que llegamos después de perdernos un par de veces tras doce horas de camino.

En fin, que al día siguiente hicimos una hora y media de fila para volver a cruzar la frontera dos veces y llegar hasta Dubrovnik, pero la sola visión de la ciudad amurallada, con su pequeña marina en un mosaico de varios tonos de azul, con embarcaciones que parecían flotar en ese mar tan transparente, hizo que todo valiera la pena.

El piso es de mármol blanco, y el paso de los años y la gente lo han dejado brillante. La gente camina por su muralla, admirando los techos rojizos de teja y las construcciones de piedra blanca. Un lugar mágico que invita a volver, para comprobar que esa primera impresión no fue un sueño.

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