BAJO PALABRA

Empolvados

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 14 de septiembre de 2018 · 00:00

Sacudo libros, abro cajones, encuentro fotos, tarjetas, apuntes escolares, recetas, palabras “apartadas” para un poema, nombres de libros, versos sueltos.

Dejo de nuevo un grupo de cosas encontradas para revisarlas con más tiempo, no ahora, después. Me doy cuenta que es así como han ido quedando “aparte” muchos de los proyectos imaginados en momentos de creatividad y de optimismo. Lo primero porque me siento a veces con ánimo y con recursos para escribir y escribir, y para recuperar textos inconclusos que pululan entre archivos cuyos nombres ahora no me sugieren mucho, y lo segundo porque pienso que siempre habrá tiempo para dedicarme con tranquilidad a llevar a cabo alguno de los muchos proyectos.

Algunos objetos me remiten a evocaciones cuyas tramas ya olvidé o recuerdo en fragmentos. Tengo buena memoria, no recuerdo las cosas infelices.

Algunos objetos heredados como las pequeñas cosas que guardaba mi madre o los sobres con notas y fotografías de mi padre, forman un grupo que me remiten a las añoranzas de otros, de sus sueños, sus amores. Las caras en las fotos tienen la expresión de otro tiempo, no sé qué es. Algo más allá del tono sepia, de las orillas dentadas en las minúsculas fotografías, es una mirada alegre o seria, es una mirada profunda, quizá era la mirada de futuro, yo no sé, pero me emociona hasta las lágrimas, creo saber cómo se sentían con sueños, con esperanzas, con ánimo. Algunos rostros son de personas que conocí en mi juventud, fueron compañeros de escuela de alguno de mis padres, otros, son familiares no conocidos, tíos, bisabuelos. Sentados en los frentes de sus casas, ello sí muy serios, atentos a una cámara fotográfica no común en los años 30s en pueblos del norte o del sur del país. Busco parecido conmigo o mis hermanos, no lo encuentro, pero no importa. Guardo de nuevo ese pasado en un sobre nuevo. Así ha vivido en el fondo de alguna valija o en el cajón pequeño de un mueble.

Nada deshecho, solamente separo algunos papeles. Las credenciales de escuela de mis hijos, las mías, las invitaciones a tantos eventos, graduaciones de licenciatura, de maestría, de bodas, estos papeles me despiertan ternura y me dan sonrisas. Ya no me veo, miro a mi familia. Aparto en un sobre más grande todo lo de ellos y lo dejo cerca, a la mano, hay mucho que agregar aquí.

Dejo para otro día, otra tarde el resto de papeles. He sacudido el polvo y ordenado de nuevo lo que he visto. La evocación cambia en tanto que camino hacia el tiempo de nostalgia de mis antepasados. La mía la veo muy cercana, tanto que duele aún, necesita asentarse, decantarse y después revivida en el recuerdo entre sabores propios, a uva y a membrillo, nada más.

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