ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

El duelo en cazadores-recolectores

Por Martha E. Alfaro C.*
jueves, 6 de septiembre de 2018 · 00:00

Lloro, pintura y golpeteo de piedras

La muerte es un fenómeno biológico y social, frecuentemente acompañado por un proceso ritual, que busca restablecer el orden social afectado tras la pérdida de un ser querido para los miembros del colectivo. Esto a través de una serie de prácticas o ritos que confirman en primer instancia el fin de “la vida” (perdida de signos biológicos vitales), y el paso o transformación del “ser” hacia un nivel distinto -que varía de acuerdo a la cultura en cuestión-. En este proceso, el duelo es un punto de partida importante, inicia con el fallecimiento del individuo y cumple una función social y simbólica.

En las fuentes etnohistóricas hay pocas referencias sobre las ceremonias funerarias de los antiguos habitantes de la península de Baja California, se encuentra en las crónicas apenas algunas breves referencias casi anecdóticas sobre este fenómeno y los rituales asociados al mismo. Sin embargo, entre estos fragmentos dispersos de información encontramos interesantes alusiones rituales respecto al duelo ante la “pérdida” o fallecimiento de miembros del grupo, que reflejan diferentes aspectos de la vida social y religiosa del mismo. No quiero profundizar en un análisis sobre el complejo proceso funerario y sus variantes, tan solo enlistaré algunos elementos claramente reconocibles de prácticas rituales de los antiguos californios, relacionadas con el proceso de duelo.

El padre Ignacio María Napolí menciona que tras la muerte de un anciano bautizado en la misión a su cargo “Sus parientes lloraron y quemaron su casita de ramas. Ellos hacen esto cada vez que alguien muere y para que la magia no ataque a los otros. Quemaron también sus flechas, sus arcos y pequeñas pertenencias”. Por su parte, el capitán Francisco Ortega narra con gran detalle el funeral del hijo de un “jefe” “trajeron al campamento (…) al príncipe muerto, a su esposa e hijo y cuando el cuerpo estuvo amortajado (…) Bacará notificó la muerte a todos los indios de los alrededores y pronto se junta un gran número de ellos, que estuvieron llorando todo el día y toda la noche. Los lamentos podían oírse a más de una legua y habiendo estado tres días en la camilla. Bacará pidió al capitán que se le diera seis hachas para cortar la madera. Con ellas, dirigió a sus indios para cortar los árboles donde su hijo acostumbraba a echarse. También fue borrado un camino por el cual iba a la aldea. En estos 10 a 12 días siguieron al entierro, muchos de los indios de su continente y de las islas se reunieron y juntos lloraron por el príncipe muerto, se cortaron el pelo, pues era la costumbre llevarlo hasta los hombros (…) He hicieron una fogata y quemaron el pelo y se pintaron de negro con cenizas”.

Destacan en estos relatos algunos datos relevantes como la duración del proceso de duelo, el inicio del mismo del mismo con la convocatoria del colectivo social y un notorio y sonoro llanto por parte de parientes y miembros del grupo. Así como la quema de objetos personales del fallecido, el borrado del nombre y del camino que cruzaba en vida. El corte y quema del cabello y la pintura facial con las cenizas resultantes. Otro elemento interesante narrado por Miguel Del Barco, hace referencia al golpeteo de la cabeza con piedras afiladas hasta sangrar. Sobre esta última práctica, se ha encontrado evidencia bioarqueológica en múltiples cráneos nativos, quienes presentan pequeños golpes contusos, que han dejado sobre su superficie varias depresiones redondeadas de apenas un par de centímetros.

* Inv. INAH

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