DÍA DEL SEÑOR

Domingo XXIII Tiempo Ordinario. Ciclo B

Por Padre Carlos Poma“
sábado, 8 de septiembre de 2018 · 00:00

Qué bien lo hace todo. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
Mc 7, 31-37


En el Evangelio de hoy, Jesús dice: Effetá (ábrete). Luego de tocar la lengua de un sordo y tartamudo y éste quedó totalmente curado de la doble limitación.

Este sordo no es consciente de su situación y no es capaz, por tanto, de tomar la iniciativa para salir al encuentro de Jesús; son sus amigos quienes están dispuestos a ayudarle y lo presentan a Jesús para que le imponga la mano. Esa solidaridad que nos falta a nosotros muchas veces.

El milagro de la sanación del sordo y tartamudo, en particular ha sido un símbolo especial en la Iglesia desde los primeros siglos. En el Bautizo, el Celebrante hace mención a este milagro. Dice al bautizado: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe”.

Efectivamente, el Bautismo nos ha liberado de la sordera para escuchar la voz de Dios y de la traba en la lengua para proclamar nuestra fe en Él.

¿En qué consiste la sordera espiritual? En no poder escuchar a Dios. El ruido del mundo puede opacar la voz de Dios. El mudo espiritual es aquél que no puede proclamar su fe en Dios.

Estos enfermos espirituales están en una situación mucho más grave que los que tienen impedimentos físicos de la vista, el oído o la lengua. Porque un ciego que no puede ver el mundo físico que lo rodea, podría ver en su corazón el camino de Dios. Y un sordo que no pueda oír a nadie, podría oír a Dios en su corazón.

Hay personas que desarrollan una mayor sordera que los sordos, por ejemplo cuando se resisten a escuchar a los que sufren, a los que están cerca de ellos, a los pobres, a los más vulnerables y necesitados.

Esta sordera es una cerrazón. Es no querer saber ni escuchar; no querer enterarse, ya sea por indiferencia o por miedo a ser cuestionado, o por rehusarse a salir de la zona de confort. Aquí este tipo de sordera resulta en ignorancia, pues manifiesta una voluntad de ignorar, de no escuchar, de no enterarse de los problemas y crisis que afectan a los demás.

¿Qué es lo que nos incomodan, que no queremos escuchar? ¿Ante qué realidad y a qué voces somos sordos? ¿Cuáles son nuestras “cerrazones” que impiden abrirnos al otro? ¿Cómo podemos abrirnos, cómo sanar nuestras sorderas?

También la tartamudez podría ser una metáfora del impedimento del habla. La lengua se atora, se traba, se cierra al hablar. A veces por miedo, otras por no querer decir la verdad. Cerrar la boca y tartamudear ante la verdad. Aquí también hay cerrazón. Aquí también se necesita el Effetá de Jesús que sana.

¡Ábrete! Abre la puerta de tu corazón, pero también de tus oídos y tu lengua, de tu cuerpo y mente. ¡Ábrete! Para así hablar la verdad y escuchar atentamente a los que más sufren.

Que Dios con su infinita bondad, los bendiga, acompañe y proteja siempre.

cpomah@yahoo.com

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