OPCIONES

La democracia exige

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 8 de septiembre de 2018 · 00:00

De verdad no es fácil la democracia; de todas las formas de Gobierno que conocemos, la democracia es la más justa, pero a la vez la más difícil de lograr. La democracia se basa en el respeto a los derechos humanos: los derechos de uno terminan en el momento en que invaden los derechos del otro. Y… ¿quién define la raya?

Garantizar las libertades individuales, sin renunciar a la seguridad social, implica un respaldo de la fuerza pública. Ello exige un enorme compromiso de las autoridades: el respeto al ser humano antes que cualquier valor ideológico.

No puede existir la democracia sin educación porque la educación es una defensa contra toda exageración social y política, aún religiosa. Para evitar la violencia, la educación disciplina a la persona a pensar antes de actuar. Le da sentido a las tradiciones de la patria y abre las posibilidades para un mejor futuro.

En una democracia las ideas deben ser más viables y menos absolutas: la evolución más factible que la revolución sangrienta. De hecho la cultura constituye el núcleo mismo de la democracia, y es esencial tanto para definir los conflictos como para resolverlos.

Practicar la democracia es ciertamente difícil, pero es indispensable intentarlo. Una sociedad justa requiere mucha habilidad para convivir con lo ambiguo. Son pocas las cosas bien definidas, las situaciones más difíciles de la vida son vagas o llevan muchos asteriscos y excepciones. Las aspiraciones más profundas de la humanidad tienen sus costos, así como sus beneficios: el bien y el mal absoluto no existe entre los mortales.

Las naciones que han optado por la democracia han pagado un precio muy alto en educación; han padecido un proceso lento y complicado. El respetar a todos los participantes cuesta tiempo y esfuerzo. El tomar en cuenta los intereses de todos exige anteponer el bien común al bien personal y eso cuesta aún más. Aunque se necesita mucho valor para ponerse de pie y decir exactamente lo que se piensa, requiere muchas más agallas sentarse y escuchar lo que otro tenga qué decir, y reconocer –cuando el caso lo amerite– que la opinión de aquél es más viable, justa, conveniente para los intereses del bien común, para los intereses de la Nación.

Las naciones que han logrado practicar la democracia han tenido como fruto la solidaridad, el orgullo de patria y, sobre todo, se han acercado más a la justicia social. En una democracia no existen personas pequeñas, ni vidas sin importancia. Tampoco existe trabajo insignificante. La democracia implica un respeto profundo al trabajo y una cuantificación justa al esfuerzo desempeñado. Tanto vale el voto del que trabaja con el cerebro como del que trabaja con las manos, porque las naciones necesitan tanto del trabajo de las mentes como del trabajo de los brazos. Cuando no hay opción de mejorar las condiciones de vida de los que menos tienen no existe la justicia social. A nadie le gusta perder su dignidad de persona.

El principio de una sociedad justa es la buena voluntad entre los ciudadanos. Supera la costumbre milenaria de que el pez grande se come al chico. De que uno sea esclavizado por el otro. Exige libertad de elección: los votos no se compran ni se venden. Esto implica un conteo escrupuloso de los mismos. Requiere practicar la Moral y la Ética, materias que se han eliminado en las aulas en nuestras escuelas y universidades. Los ciudadanos deben poseer la conciencia crítica necesaria para determinar a quién darán su voto, qué opciones tienen y cuáles serán sus consecuencias.

México ha elegido a su nuevo Presidente. Elegir ha ampliado los sueños de los mexicanos, pero exige las dos erres; Reflexión y Responsabilidad. Esto implica que es indispensable la educación: es el precio que hay qué pagar.

La democracia no es fácil. La democracia cuesta. La democracia exige.

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