LA BRÚJULA

Defender los valores y cultura de una nación

Por: Heberto J. Peterson Legrand
lunes, 11 de noviembre de 2019 · 00:00

Llegó el fin de semana, me levanté con el deseo de estar relajado, leer hasta en la tarde y noche, y mientras me desayunaba frente al televisor, disfrutar de alguna buena película junto con mi esposa.

Después de repasar el inventario de DVD, seleccionamos la vida del Papa San Juan Pablo II, cuya vida tuvo facetas dolorosas e interesantes.

En su querida Polonia le toca sufrir los embates de los regímenes nazi y comunista que se caracterizaron, uno por destruir a la raza judía y ambos por coartar las libertades y desaparecer su rica cultura.

En la época de los nazis el joven Karol Wojtila (San Juan Pablo II) tiene en sus manos la responsabilidad de un padre anciano y enfermo a quien tiene que proteger y se ve precisado incluso a trabajar en las canteras en faenas agotadoras y, aún así no deja de leer y estudiar asiduamente y participar en obras de teatro y escribir poesía y filosofía.

Hay una escena conmovedora donde están reunidos jóvenes de ambos sexos amantes de la cultura en sus distintas manifestaciones: Unos proponiendo tomar las armas y llevar a cabo acciones de sabotaje, pues sentían que su patria se les iba de las manos. Otros finalmente se proponen seguir llevando de manera clandestina distintas manifestaciones culturales y artísticas porque con una visión a largo plazo veían que lo que finalmente salvaría a Polonia sería conservar y promover su cultura, su arte para que no perdiera su esencia y asumen el riesgo de exponerse al peligro de sus vidas porque su patria con todo lo que ella representaba trascendía sus propias existencias.

Plantearse esos dilemas dentro de un escenario tan hostil no era nada fácil, se requería de una clara toma de conciencia de lo que se quería y de los riesgos que implicaba.

Patética aquella escena donde una joven artista judía es obligada con el cañón de una pistola apuntándole en su cabeza a tocar el violín mientras embarcaban como ganado a miles de judíos en vagones de tren para llevarlos a los campos de exterminio y momentos antes de avanzar el tren por las macabras vías le disparan para cegar su vida, quedando tendida aquella preciosa criatura bañada en sangre como mártir de la irracionalidad, fanatismo y maldad humana.

Recuerdo aquella otra escena donde los jóvenes, entre ellos Karol Wojtila, se encuentran corriendo en sentido contrario a un muy querido maestro de la Universidad que apresurado les dice que va a rescatar libros sumamente valiosos para llevarlos a los sótanos para evitar que los bombardeos que en ese momento se estaban llevando a cabo por la aviación alemana los destruyera y los jóvenes se le unen sin importarles las consecuencias sino el salvar la riqueza que contenían aquellos volúmenes.

Jóvenes cómo estos y maestros como él son esos héroes anónimos. No es un prerrequisito matar para serlo… ¡Cuántos héroes anónimos de quienes no sabemos nada y nos legaron tanto!

Terminó la película y me quedé sumido en la reflexión y me dije: Pensar que hay tantos que han hecho del ocio cuevas vacías donde entran los murciélagos, vidas estériles que no dan fruto, carentes de proyectos y en un entorno que les ofrece ese espacio que la libertad auténtica quisiera para enriquecer el arte, la cultura y la fecunda convivencia Humana.

El joven Woktila desde muy joven fue un amante de la cultura y los valores humanos y trascendentes y se preocupó intensamente por encarnar y rescatar la cultura de su amada Polonia, además que era un hombre universal abierto y sensible a otras culturas.

petersonheberto@live.com
 

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